Ignacio Camacho-ABC
- Putin es consciente de su enorme ventaja: un poder que no depende de la opinión pública para recurrir a las armas
Qué insignificantes se han quedado de repente ¿verdad? las ‘navajitas plateás’ del PP cuando suenan cañones en un confín de Europa y hasta los escolares que no estudian Historia escuchan el eco siniestro de un primero de septiembre en Polonia. Guerra. Eso de lo que no queremos oír hablar está sucediendo. Lejos, sí, pero menos de lo que creemos. Y como primera consecuencia, aunque tal vez acabe resultando el más nimio de sus efectos, nos va a costar dinero. La recuperación frenada, los precios de las materias primas en ascenso, atasco industrial, contratiempos en el suministro de aluminio, de trigo o de gas, con su impacto inmediato en el sector eléctrico. Sólo para empezar y al margen de cientos de muertos, del desequilibrio geoestratégico y de la amenaza nuclear de una potencia dispuesta a hacer valer su peso en el antiguo ámbito soviético. Un desafío real, tangible, de un autócrata que ha olido el miedo de las democracias occidentales a cualquier clase de enfrentamiento.
Rusia se va a merendar a Ucrania mientras la OTAN y la UE se declaran como de costumbre «profundamente preocupadas» y los Estados Unidos elevan el tono de su retórica diplomática. Putin es consciente de su enorme ventaja: un poder que no depende de la opinión pública para recurrir a las armas. La suya está sometida o domesticada y las de las naciones europeas las puede sabotear a base de intoxicación informativa en la ciberesfera y de franquicias políticas más o menos encubiertas. Las sanciones económicas jamás le han hecho mella porque los países que las aplican acaban ellos mismos sufriendo sus secuelas y además ha trazado con China alianzas energéticas, comerciales y financieras. Lleva años, décadas, tanteando la falta de resistencia a sus movimientos anexionistas en Osetia, Bielorrusia o Crimea. Y sobre todo conoce la alergia que las sociedades liberales modernas sienten por el concepto de la autodefensa. En cambio, su populismo nacionalista se alimenta, crece y se excita con la propaganda bélica: lo tiene todo a favor para invadir a un vecino sin problemas.
Así es la cosa. Y da igual que discutamos sobre el quintacolumnismo filorruso de Podemos o sobre las impostadas ínfulas de protagonismo del Gobierno. Esa pasión por el forcejeo doméstico no va a evitar que los tanques del Donbass cambien de modo sustancial el mundo que conocemos. Queda un poco ridículo, como provinciano, ese debate en el que nos involucramos como si pudiéramos elegir bando. Sencillamente nadie nos lo ha preguntado: basta mirar un mapa para saber dónde y con quién estamos. Y más vale ser conscientes desde ya de que vamos a salir perjudicados. Si fuésemos capaces de mirar el conflicto con una cierta profundidad de campo, lo que más debería preocuparnos es la facilidad rampante con que los regímenes autoritarios desmontan en esta época nuestra convicción de vivir en sistemas blindados.