Me hizo pensar un momento y capté su objeción. Volví a leer el primer párrafo de mi escrito, donde hablaba de los gobernantes que se adueñan de las instituciones (asfixiándolas, esto es, desactivándolas de su función original) y abusan del poder, reprimiendo a todo aquel que alce la voz. Sí, es desolador. «¿Es posible –me preguntaba yo- prevenir antes que intentar curar?».
Le contesté brevemente, en la creencia de que así sería más fácil hacerme entender por él. Siempre recuerdo el aforismo del prudente Baltasar Gracián: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aún lo malo, si poco, no tan malo». Por otro lado, hay que escoger cuándo es oportuno prodigarse y cuándo es inoportuno. De modo que le dije de forma escueta y asertiva: «Putin está elegido democráticamente».
¿Dónde estribaba para mi educado lector el inconveniente de que yo usara el término ‘antiliberal’ en lugar de ‘antidemocrático’? Se trata de entrar en la interpretación automática de las voces que se emplean habitualmente. Antes, expresaré mi opinión que es proliberal.
La democracia liberal nunca está concluida del todo, pero es objetivamente el marco óptimo de la historia y es ruta necesaria hacia la personalización de todos los ciudadanos. Se trata de un sistema de convivencia que exige continua atención y mejora, mediante un sentido crítico por método, y elevar el nivel del capital humano, lo mejor distribuido posible. Los cargos públicos son de los ciudadanos y a ellos hay que darles cuentas. Y si no se cumple lo comprometido, procede una destitución; algo que debe estar estipulado. Al ser bastión de las libertades y de la igualdad, la democracia liberal es atacada ferozmente (y vilipendiada) por los regímenes autoritarios y por las mentalidades cerradas y totalitarias. Si la democracia no está impregnada de liberalismo (el gran enemigo compartido por el fascismo y por el comunismo), acaba derivando en un despotismo con talante dictatorial.
Se me replicará mencionando las maldades del ultraliberalismo, sinónimo del nefasto ultracapitalismo voraz y carroñero, el cual actúa sin escrúpulos y, siguiendo la ley de la selva, trata a los seres humanos con absoluta indiferencia por las carencias de los desamparados. Pero, claro, yo jamás defenderé a estos tipos ni a sus estructuras endemoniadas. Yo hablo del Estado Social y Democrático de Derecho, de la economía mixta que procura sostener con la mayor eficacia el estado de bienestar, de la Seguridad Social, de la justicia, del pluralismo, de la dignidad humana.
Se habla del neoliberalismo como sinónimo del ultraliberalismo reaccionario. Y es tal el miedo y la fobia que produce el liberalismo igualitario que se lo oculta y desvirtúa bajo el paraguas de la etiqueta ‘neo-‘, que se difunde sólo para el liberalismo (también, hace unos años, para los neocon conservadores estadounidenses wasp; blancos, anglosajones y protestantes), no para el socialismo, no para el comunismo, tampoco para el fascismo (sólo se empleó el término neofascista a propósito del Movimiento Social Italiano de Giorgio Almirante, al acabar la segunda guerra mundial, antecedente de los Fratelli d’Italia, de Giorgia Meloni).
En definitiva, el repelús al término ‘liberal’ se basa en un abusivo descrédito programado y ante el que poco se puede perforar, por más que se intente. No obstante, lo procuro aquí.
Pedro Sánchez, inefable presidente del Gobierno, opta, sin embargo, por atizarnos día tras otro con el sambenito de la ‘ultraderecha’, no con la etiqueta de ‘neoliberales’. Procede a la expansión del miedo y de la polarización, todo lo que no se pliegue a su dictado es ‘perverso’ y retrógrado. Abusar de que ‘viene el lobo’ nos instala en un círculo vicioso y tiene un efecto rebote; esto es, abre paso al desdén por lo anunciado como lo peor.
No podemos olvidar que, lamentablemente, en España la extrema derecha no ha dejado de crecer desde que Sánchez llegó al poder, antes estaba fuera del Congreso. Ni tampoco podemos olvidar que, ya en las primeras elecciones convocadas por él, Sánchez abogó para que Vox participase en los debates televisados cuando no le correspondía por ser un partido extraparlamentario. Los quiere vivos para presentarse él como único freno posible. Pero hoy puede comprobarse que es todo lo contrario; cada vez se ve más claro que Vox no puede dejar de estar muy satisfecho de tener a Sánchez en la Moncloa, así crece de forma inimaginable. Tampoco debemos olvidar que, en su día, gentes del PP y de su órbita promocionaron fuertemente la presencia pública de Podemos para debilitar al PSOE.