Rebeca Argudo-ABC

  • Gentile, uno de los mayores estudiosos del fascismo, denominó «democracia actuante», a la que rompe la necesaria e imprescindible unión entre el ideal y el método

Es muy preocupante la manera tan desacomplejada que tienen algunos de manifestar en voz alta ideas antidemocráticas haciéndolas pasar por todo lo contario. No tengo claro si se trata de eso que llaman «superioridad moral» de la izquierda y que, de sentirla, debe ser como una capa mágica de infalibilidad que hace a uno moverse por la vida seguro de que sus ideas particulares son la esencia misma del ideal democrático, o un convencimiento íntimo de que no se va a dar nunca jamás la imprescindible alternancia en el poder y eso dota de chulería. He intentado aplicar toda la caridad interpretativa de la que soy capaz pero no se me ocurre ninguna otra opción que no pase por la maldad, descartadas la estupidez y el desconocimiento (en un caso porque quien habla es Inés Herreros, vocal del CGPJ, y en el otro porque lo hace Joan Subirats, exministro de Universidades).

La primera, Herreros, lo que tan desprejuiciadamente manifestaba era encontrarse «en shock» porque la presidenta del CGPJ y uno de los dos vocales propuestos por Sumar han otorgado con su voto la mayoría a lo que denominaba «bloque conservador». Ya solo el hecho de hablar de bloques ideológicos dentro de un órgano como el CGPJ debería producirnos urticaria. Pero, que dentro de este, se exija (o se manifieste estupefacción ante su ausencia) disciplina de voto sujeta a opciones políticas, es como para desconfiar de la idoneidad de quien lo hace para ocupar ese cargo. Sin embargo, por alguna razón, han (hemos) normalizado que justo en el CGPJ, que debería ser totalmente independiente por definición, los cargos estén sujetos a esas simpatías ideológicas; y que la debida pluralidad política no responda a la independencia de cada uno de sus miembros, sino a que estos conformen equipos repartidos equitativamente (mediante el tradicional método del «uno para tí, uno para mí») de entre, intuyo, los más fieles y serviciales de los candidatos. El segundo, Subirats, apuntaba precisamente a la posibilidad de la necesaria e imprescindible alternancia política como motivo fundamental para que el Gobierno actual se agarre al poder «el máximo tiempo posible». Es decir, abogaba por desoír la voluntad del pueblo por si, vaya usted a saber, le da por decidir con su voto que gobiernes aquellos que él y los que piensan como él no quieren que gobiernen.

Estaríamos, pues, ante dos personas relevantes justificando que un gobierno democrático, pues ha sido elegido por concurso electoral, se convierta, una vez instalado en el poder, en uno que no se compromete con la realización del ideal democrático. O sea, lo que el historiador italiano Emilio Gentile, uno de los mayores estudiosos del fascismo, ha denominado como «democracia actuante», ya que rompe la necesaria e imprescindible unión entre el ideal y el método. Y son estos, los demócratas sin ideal democrático precisamente, aquellos a los que él ha apuntado como el verdadero peligro hoy para nuestras democracias.

Hasta ahora, disimulaban. Ahora, les vemos venir.