Ignacio Camacho-ABC

  • Un Gobierno de progreso es inmune a los deslices de un garbanzo negro. Polvo serán, mas polvo enamorado, decía Quevedo

Las personas de pocas letras tienden a confundir deontología con odontología. Así Ábalos y Koldo no debieron de ver ningún problema ético en la contratación como administrativa en dos empresas públicas de una aprendiz de dentista que prestaba al ministro servicios de índole íntima. La presencia de la prostitución es frecuente en los casos de corrupción que afectan al Partido Socialista; ahí están el Tito Berni, el difunto director general que firmaba EREs en un local de alterne de Sevilla o los ejecutivos de cierta fundación de empleo aficionados a pagar juergas prostibularias con tarjetas de la Junta de Andalucía. Ahora se trata de dos miembros del Ejecutivo involucrados en presuntas citas con lo que Aldama denomina pudorosamente «señoritas» y Cela, más crudo o más leído, llamaba «rabizas y colipoterras» con lenguaje de germanía. La irregularidad no está tanto en la profesión de las chicas como en la costumbre de usar dinero de los contribuyentes para retribuirlas.

Con todo, los falsos empleos de Jéssica Rodríguez pueden ser la parte más llamativa pero no la más grave del escándalo. Ni siquiera porque, como el hermano de Sánchez, desconociese incluso la dirección de su teórico puesto de trabajo. La cuestión de fondo consiste en que la vivienda de la ‘escort’, al igual que otros inmuebles de uso o propiedad de Ábalos, corrían a cargo de adjudicatarios de licencias y obras del Estado. Es decir, que constituían –también presuntamente, faltaría más– una suerte de pagos en especie o regalos a cambio de la recepción de contratos, entre ellos los de mascarillas durante una pandemia con miles de muertos diarios. Y esto, si los tribunales pueden probarlo, es un delito de cohecho penado con bastantes años, además de una conducta muy poco acorde con la ejemplaridad progresista y feminista que Sánchez esgrime como característica de su mandato. A dos palmos del presidente, en su entorno de confianza más cercano.

No hace falta recurrir al clásico símil contrafactual sobre el alboroto que se produciría en la escena institucional y en los medios si los protagonistas del putiferio fuesen unos concejales del PP en algún pueblo pequeño, pongamos Cabra del Santo Cristo, Benidoleig o Villarrobledo. En esta ocasión el doble rasero se manifiesta en un tratamiento superficial, entre la anécdota y el desprecio. Y por supuesto, en el silencio del Gobierno, que en público se aleja de su antiguo factótum mientras el partido mantiene con él contactos discretos para que no ceda a la tentación de poner el ventilador en funcionamiento. Lo importante es que no gobierne la derecha, y el resto son pecadillos de la condición humana, que nadie es perfecto y en cualquier colectivo sale un garbanzo negro. Qué pueden importar estas flaquezas menores al lado de los logros benéficos de las políticas de progreso. Polvo serán, mas polvo enamorado, decía Quevedo