KEPA AULESTIA, EL CORREO 08/03/14
· El PP de Quiroga cuenta con un par de días de margen para salir de su introspección si no quiere convertirse en una fuerza irrelevante en Euskadi.
La noticia de que Arantza Quiroga y los demás dirigentes del PP vasco han conseguido pactar un equipo de integración a pocas horas del inicio de su 14º congreso permite suponer que el empeño principal del congreso y del postcongreso será reacomodar a los relegados y acoplar a los elegidos. La política más politiquera invita a evaluar lo ocurrido como un triunfo de Arantza Quiroga ante la resistencia mostrada por Alfonso Alonso. No se sabe si porque Cospedal se ha visto compensada en esta ocasión con la autoridad que le fue negada en Andalucía, o sencillamente porque la expresidenta del Parlamento vasco había llevado los acontecimientos hasta un extremo en el que todos menos ella sintieron vértigo. Pero aunque los responsables del PP vasco se debatan entre contener o dar rienda suelta a sus cuitas internas, saben que los desafíos a los que se enfrentan están fuera del Kursaal.
No hay en las democracias del mundo ningún otro grupo de personas que –al igual que los socialistas vascos– haya tenido que enfrentarse a la diaria amenaza de muerte para expresar sus ideas y aspirar a que éstas se vieran representadas en las instituciones. Aunque tampoco es la primera ocasión en que la cohesión solidaria entre los populares de Euskadi se resquebraja de manera abrupta precisamente en el momento de acceder a la normalidad. Lo ocurrido estas últimas semanas también forma parte de las secuelas de la extrema presión en la que hasta anteayer vivieron los militantes vascos del PP y a causa de la que, precisamente, muchos de ellos se afiliaron. Pero sobre todo refleja las dificultades en las que cualquier organización humana se encuentra cuando un número creciente de dirigentes se enfrenta a un listado exiguo y hasta decreciente de posiciones de influencia y poder.
El PP vasco fue beneficiario de la tendencia ascendente protagonizada por Aznar entre mediados de los años noventa y 2004. Pero junto a ello atrajo el interés de miles de vascos que, indignados frente a la persecución ideológica emprendida por ETA, consideraron que los populares podían ser el último dique de contención electoral ante la amenaza terrorista. Durante la década anterior, la de los ochenta, el voto ‘popular’ estuvo subrepresentado porque el clima de cambio de la Transición había acallado la presencia del centro-derecha español en Euskadi. Pero también porque buena parte de su base sociológica se mantuvo a distancia de quienes actuaban en su nombre en política, reflejo de un peculiar clasismo: el que diferencia a aquellos destinados a bregar como peones en la plaza pública de quienes tienen quehaceres más propios de su condición liberal-conservadora, ganar dinero o simular que lo ganan.
El PP vasco se hizo realmente ‘popular’ entre el acoso terrorista y la alternancia en España. A partir de ahí no fue capaz de seguir electoralmente la estela del segundo ascenso de su formación matriz, el que condujo a Rajoy a la mayoría absoluta de noviembre de 2011. Mientras el PP crecía en el resto de España, se retraía en Euskadi. Hoy se encuentra como hace veinte años, antes del ascenso ‘aznarista’. Es probable que la excepción del asesinato y de la amenaza cierta forjara vínculos en realidad quebradizos, al tiempo que neutralizaba el desarrollo de una política programática más elaborada y dispuesta para la normalidad. La épica condiciona y distorsiona todo: desde la realización personal hasta la renovación en un colectivo sometido al mandato discrecional de la meritocracia del héroe.
El desafío inmediato del PP vasco es que no puede quedarse solo. El tipo de contrato que ha suscrito con sus votantes no le permite limitarse a ser una referencia testimonial. El pacto de gobernabilidad entre López y Basagoiti llegó a su vencimiento sin que dejase poso alguno en la cultura política del país, al margen de que ambos reiteren que, de repetirse aquellas circunstancias, volverían a hacerlo. Pero es imposible desarrollar una política ‘centrista’ o ‘centrada’ en solitario siendo la cuarta fuerza del Parlamento vasco. Aunque al PP de Quiroga no le quede otro remedio que pendular entre el PNV y el PSE, siempre a la espera de ponerse de acuerdo con los dos en algo, léase en materia de paz y convivencia.
Los populares vascos se deben a la política trazada por el Gobierno de Rajoy. Ahí radica también su segundo desafío: dotarse de una política propia capaz de perdurar en el caso de que el actual presidente no pueda dar inicio a su segundo mandato. Ser partícipes de la mayoría de gobierno en España constituye hoy la base más sólida con la que cuentan los populares vascos. Pero esa solidez subraya la debilidad en la que se mueven en Euskadi, puesto que la distancia que separa a la cuarta formación de la irrelevancia política puede volverse inapreciable.
La presencia del PP al frente del Ayuntamiento de Vitoria y de la Diputación de Álava depende en gran medida del ciclo general en España. El comportamiento electoral de vitorianos y alaveses no se presenta tan previsible ni está tan compartimentado como en los otros dos territorios. La gran paradoja es que mientras el PP siga en el Gobierno de España los populares vascos no tienen opción alguna de crecer políticamente más que en función de los resultados positivos que obtenga Rajoy y de las reacciones negativas que suscite su actuación. Lo único que realmente está en manos de los populares vascos es pasar página de las tensiones vividas en puertas de su 14º congreso sin caer en el desánimo o preludiar la revancha. El 25 de mayo se someterán a un primer control, con las europeas. Pero el examen de las municipales y forales del año que viene dará una nota definitiva, sobre todo en Álava y Vitoria.
KEPA AULESTIA, EL CORREO 08/03/14