Ya no salen a cantar los coros de Santa Águeda. Hoy, los niños de las ikastolas, la noche de Ánimas (que ellos llaman Halloween), se disfrazan de brujas pirujas, zombis putrefactos o spidermen en miniatura y aterrorizan al vecindario… Esto es lo que queda de las genuinas tradiciones vascas, y no es algo que me sulfure.
AYER fue Santa Águeda. Mi amigo Mikel, fuente de información bilbaína que comparto con César Alonso de los Ríos (él escribe Miquel, por fobia a la ka de kilo y askatachunda, pero se trata de la misma persona), me dice que ya no salen a cantar, la víspera, los coros de la santa. Cuando éramos niños, formábamos comparsas a imitación de los grupos de cantores adultos, casi todos varones, que recorrían las calles de febrero uniformados con gabardinas y boinas de Elósegui, portando pesados bordones y linternas, como Diógenes, y deteniéndose ante cada portal para salmodiar las coplas eusquéricas que relataban el martirio de la doncella de Catania con la melodía más triste del mundo. Hoy, los niños de las ikastolas, la noche de Ánimas (que ellos llaman Halloween), se disfrazan de brujas pirujas, zombis putrefactos o spidermen en miniatura y aterrorizan al vecindario exhibiendo clones en plástico de la calabaza Ruperta. Esto es lo que queda de las genuinas tradiciones vascas y no es algo que me sulfure. Ni me indigna ni me ercoreca. Con el tiempo, también la americanización que afortunadamente nos nivela estallará en una teoría de subculturas locales. Ya está pasando, lo estás viendo. Como observa Umberto Eco, una pizza napolitana en Nueva York no tiene los mismos ingredientes que una pizza napolitana de Bolonia (en Nápoles sólo comen pizza los turistas americanos).
PERO los viejos ritos del año agrario ayudaban a soportar las calamidades cíclicas de modo bastante llevadero (aunque, desde luego, resultarían completamente ineficaces ante Carmen Calvo o un derrumbe del euro, por ejemplo). Al expolio de las despensas invernales, que concluía en el despilfarro orgiástico del Carnaval, seguía la hambruna sublimada en la Cuaresma, que permitía aguantar hasta el período cazador/recolector de la primavera de las florestas. Los calendarios de las religiones monoteístas se adaptaron a las mitologías arcaicas del año solar en que se desplegaba el ciclo vital de una divinidad identificada con la vegetación (Osiris, Adonis, el Espíritu del Grano) a través de sus fases de nacimiento, pasión, muerte y resurrección. Santa Águeda tenía un lugar y una función en este esquema, como embrague de transición estacional. La ostensión sobre una batea de sus pechos amputados remitía al destete inevitable de la población tras el agotamiento de los campos nutricios, pero era a la vez una promesa de inminentes alimentos terrenales. Las coplas vascas comparaban los senos de Águeda con el solomillo y no hay duda de que ambos montículos temblorosos fueron el modelo apotropaico del queso tetón gallego y, muy probablemente, de los moldes gratuitos que distribuía Flan Chino El Mandarín (también invención meritoria de los industriosos hijos de Breogán).
LA biotecnología, al suprimir las estaciones, ha descuajeringado la tradición eterna. El kiwi (ese engendro neozelandés rico en vitamina C que Azúa describió con el símil memorable de un cojón de mico), el fresón de invernadero y la uva chilena han hecho más por la secularización de Occidente que la Revolución Francesa. En adelante, ningún ritual chamánico podrá edulcorar las intolerables transiciones. España despierta del largo shock postraumático del 11-M con los nacionalistas vascos al borde de la insurgencia, un submarino nuclear limpiándose los bajos junto al Peñón, los iraquíes votando en masa, Bush a punto de que lo esculpan en Rushmore Mountain, Condoleezza (cuyo nombre corrompe en Congolesa el pueblo llano) arrasando en los salones de la Europa despejada y Moratinos todavía a cargo de la cartera de Exteriores. No se me ocurre qué hacer para ahorrarnos la depresión de caballo que se avecina. Ni siquiera recuerdo las coplas de Santa Águeda de mi infancia, pero quizá Ibarreche -por empezar a ofrecer alguna contrapartida a su plan rataplán- consienta en enviarnos una copia digital de las que debe atesorar la Real Academia de la Lengua Vasca. La guardaríamos con amor en el espacio que nos va a quedar libre muy pronto en un archivo salmantino.
Jon Juaristi, ABC, 6/2/2005