José Luis Garci tuvo el acierto de programar en ‘Classics’ una joya de Fernando Fernán Gómez, ‘El extraño viaje’, película adictiva desde el mismo momento de su arranque: una inmensa Mª Luisa Ponte enarbolaba un corsé mientras gritaba en la puerta de su mercería ‘La Parisien’: “Como éste era el corsé que me han robado”. “Hay que ver”, decía una de sus comadres. “Hasta los ladrones se están corrompiendo”. Era una sensación que compartía Lee Marvin en su papel de vagabundo en la película de Robert Aldrich ‘El emperador del norte’: «Hubo un tiempo en que los estercoleros eran acogedores, pero ahora hasta la basura de este país se ha convertido en una porquería.»
Quien nos lo iba a decir cuando aprendimos de Vázquez Montalbán que el Barça era el ejército desarmado de Cataluña: més que un club! Y era un puticlub: Más de veinte años con el vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros en nómina. 746 días sin que le pitasen un penalti en contra. Hace años ya se hizo famoso el juez Pascual Estevill, aupado por CiU al CGPJ y que fue condenado a 9 años por cohecho continuado y Joan Piqué Vidal que fue condenado a siete años y que fue en los primeros 80 defensor de Jordi Pujol en el caso de Banca Catalana, cuando los estercoleros catalanes y aun los de toda España eran tan acogedores.
Pue por aquellos tiempos cuando el PSOE impulsó su primera ley del aborto, la de los tres supuestos que en la práctica se convirtieron en un coladero. La segunda, con Zapatero, fue una ley de plazos que invalidaba conceptualmente el aborto como derecho, al que se acoge hasta Alberto Núñez Feijóo. Lo señalaba con eficacia Arcadi Espada: si el aborto fuese un derecho, la mujer podría exigirlo en cualquier semana de la gestación, en la décimocuarta o en la trigésima.
El aborto no es un derecho, pese al empeño con que defiende su condición de tal la secretaria socialista de Igualdad, Andrea Fernández, sorprendida de haber llegado a los 30 años y que en 2023 “haya que seguir defendiendo el derecho a decidir sobre nuestra maternidad. Es increíble”. Más increíble le parecía a la diputada de Vox en la Asamblea de Madrid, Esther Sanz, que en 2023 todavía haya “mujeres en el mundo avanzado que desconocen la existencia de condones, píldoras pre y post, anillos, implantes o inyecciones como métodos anticonceptivos. Mira si puedes decidir, Andrea. Abortar no es un método avanzado. Es una animalada”.
Esa es la cuestión, que el aborto se ha convertido de facto en un método anticonceptivo más, bueno, uno más no, el más progresista y más moderno para prevenir embarazos no deseados. El aborto no puede ser un derecho porque en tal caso se convertiría en un deber para terceros. En la transición, los varones de izquierdas incurríamos en la estupidez de acudir a las manifestaciones feministas con pegatinas imposibles, del tipo: “yo también he abortado” o “yo también soy adúltera”, cosas que no podían ser y además eran imposibles. No deben confundirse los deseos con los derechos. Por otra parte, no son derechos las actividades que simplemente están permitidas por las leyes, ni el aborto ha llevado a la cárcel a ninguna mujer en democracia. “Que ninguna mujer vaya a la cárcel por abortar”, era una falacia que Rodríguez Zapatero repitió hasta la saciedad. No fue ninguna.