EL MUNDO – 24/10/15 – RAFAEL MOYANO
· El Tribunal Supremo ha reconocido por primera vez esta semana el «derecho al olvido», un concepto nuevo y extraño que se va acuñando por obra y gracia de la invasión digital. Esta sentencia responde parcialmente a la demanda de dos jóvenes que fueron detenidos en 1985 por contrabando de drogas, pero que han rehecho sus vidas para todos menos para los buscadores de internet, en los que aparece su detención y condena como primera noticia cada vez que introducen sus nombres.
El Supremo establece ahora que las informaciones perjudiciales sobre particulares no deberán aparecer en los Google y demás cuando con el tiempo la noticia pierda relevancia. Esta decisión afecta sólo a los buscadores, porque el tribunal no pide que la noticia desaparezca, ya que rechaza que sea eliminada de la hemeroteca digital del medio que la publicó. Noticia fue y si la borramos perderemos el sentido etimológico de esta palabra, el de un contenido que nunca antes había sido comunicado, un conocimiento nuevo. Este debate al que nos ha llevado la digitalización de nuestras vidas, uno más, es tan apasionante y controvertido como todos en los que entran en colisión los derechos individuales y la libertad de expresión. La sentencia abre una puerta a más demandas de este tipo, porque obviamente son muchos los que estarán encantados con que parte de su pasado sea borrado o, por lo menos, no sea fácil de encontrar.
Coincidía la publicación de esta información con el cuarto aniversario del final de la violencia de ETA. El mismo día, unos reclamando el tippex digital y otros utilizando subrayadores fluorescentes de todos los colores para mantener viva su memoria. Escribía Alfredo Pérez Rubalcaba en El País que «uno de los fenómenos más notables de la historia reciente de nuestro país es la forma en que más de cuatro décadas de terror han quedado atrás en apenas cuatro años».
Reivindicaba el ex ministro del Interior a las víctimas, a «los hombres y mujeres que tienen todo el derecho a reclamar que con este olvido no se acabe negando su sufrimiento», y se negaba a que la historia de estos años la escribieran los verdugos. En EL MUNDO, Nicolás Redondo Terreros daba un paso más y le pedía a las víctimas que se conviertan en «un referente moral para un futuro en el que se destierre toda posibilidad de caer en la tentación de volver a vivir los tiempos negros de la violencia terrorista». Admitía, sin embargo, que «el tránsito del duelo a ser una referencia ética para la convivencia» es necesario pero también «muy duro y complejo».
Cuatro años hace que ETA silenció, que no entregó, las armas. Cuarenta estuvo matando. A lo bueno nos acostumbramos pronto, aunque todavía sólo estemos aprendiendo a vivir sin terrorismo. Otros han tenido que aprender a vivir sin los suyos, sin lo más querido, y a eso nunca se acostumbra uno. Quien quiera, o quien pueda si los jueces se lo permiten, tendrá derecho a borrar su propia historia. Pero esos a los que les debemos nuestra propia memoria tienen el derecho a no ser olvidados.