Editorial, EL CORREO, 20/11/11
La participación electoral adquiere especial relevancia cuando la libertad se abre paso y la crisis pone en entredicho a las instituciones
Los ciudadanos vascos estamos llamados hoy a elegir a nuestros representantes en el Congreso y el Senado. La cita coincide a la vez con un momento de esperanza para la convivencia y de dificultad para nuestro futuro económico y social. Esta es la primera convocatoria electoral que las candidaturas amenazadas han podido afrontar en el alivio de una banda terrorista en retirada. Es también la cita que confirma el regreso de la izquierda abertzale a la legalidad. Aunque junto a ello destaca el hecho de una realidad atenazada de cara al futuro por la hipoteca colectiva en que se convirtió la burbuja inmobiliaria y por los sobresaltos especulativos a que da lugar la internacionalización financiera, lo que compromete muy seriamente el papel de las instituciones públicas como garantes de un sistema de bienestar y de equidad. Si la participación electoral constituye una obligación moral ante cualquier convocatoria, adquiere una especial relevancia cuando la libertad se abre paso dejando atrás la barbarie y las convulsiones económicas ponen en entredicho la capacidad de la política para procurar la estabilidad que requiere toda sociedad abierta y la eficiencia que precisa la gestión actual de los asuntos públicos. El escepticismo y la desconfianza que muchos ciudadanos pueden albergar respecto a la entereza de las instituciones y a la coherencia de la acción política no deben convertirse en excusa para eludir la llamada de las urnas. El comprensible reproche que muchos electores dirigen hacia lo que consideran una deserción de los partidos y de las instituciones respecto a su obligación reguladora de la economía no debería conducir a una mimesis de distanciamiento e indiferencia en relación a la participación electoral. Hoy cada persona inscrita en el censo cuenta con la potestad de expresar su parecer a través de las diversas posibilidades que le ofrecen las dos urnas, con todas las opciones ideológicas presentes en las distintas papeletas. Cuanto mayor sea la participación más legitimadas quedarán las instituciones a las que exigiremos soluciones y mayor peso adquirirá la autoridad crítica de la ciudadanía ante cualquier eventual decepción.
Editorial, EL CORREO, 20/11/11