Ignacio Camacho-ABC
- El CIS ha trucado un plebiscito encubierto para avalar la restricción de libertades que plantea el Gobierno
Esta vez no se puede culpar a Iglesias porque Tezanos trabaja para Sánchez como mamporrero sociológico disfrazado de hechicero de la tribu. Y en el caldero del CIS ha vuelto a cocinar una pócima de opinión pública a la medida de los deseos de su jefe. No respecto a la proyección electoral ni la intención de voto, aspecto de mínima relevancia sin elecciones en el horizonte -y que en todo caso augura los resultados de siempre- sino sobre la presunta sintonía de los españoles con el discurso del presidente: la unidad y colaboración con el Gabinete, los expertos como burladero, el optimismo ante la recuperación y otros mantras autocomplacientes, entre los que destaca la necesidad de suprimir las críticas y
censurar medios y redes durante todo el tiempo que las circunstancias aconsejen. En los barómetros oficiales del sanchismo importa prestar más atención a las preguntas que a las respuestas, porque su redacción induce sin tapujos la conclusión que al encuestador le conviene. En este último puchero mágico se le ha ido sin pudor la mano con los ingredientes y ha servido una sopa tóxica que, bebida en caliente, provoca espasmos de sumisión y hace que los ciudadanos se encomienden a su salvífico líder y le imploren que los encadene.
Las preguntas del CIS sobre la gestión de la pandemia reflejan de forma lineal las intenciones del Ejecutivo: más que un sondeo constituyen un plebiscito apenas encubierto cuya mal disimulada intención consiste en ratificar el sesgo autoritario que el Gobierno pretende implantar… o ha implantado de hecho. Así, a la interrogante de si es menester restringir la libertad de expresión y «prohibir» (sic) la circulación de bulos e «informaciones poco fundamentadas» (más sic), responden a favor el 66,7 por ciento, mientras un 57,7 reclaman que se endurezca aún más -«como en China», de nuevo sic- el confinamiento. Éstas son las cuestiones más discutidas, porque un búlgaro porcentaje del 87,8 creen que hay que cerrar filas y dejar las críticas para otro momento y un casi unánime 91,4 se muestran partidarios, oh novedad, de grandes acuerdos. Con esas mayorías de respaldo social para qué hará falta pedir permiso al Congreso; pobre oposición y pobre prensa las que se atrevan a desoír la sabia voz del pueblo y su abrumador aval al rumbo decidido por el caudillo supremo.
Porque no se olvide que esta estrategia de populismo diáfano, tan similar a la de la Argentina gobernada por el tardoperonismo de izquierdas, es la de Sánchez, no la de Iglesias, aunque el vicepresidente confluya con ella. Y coincide con la limitación efectiva de derechos constitucionales impuesta por el estado de emergencia. Éste es el debate que subyace bajo la necesidad de detener la epidemia: el de la salud pública como coartada para un intervencionismo que suspenda los contrapesos del sistema y acabe poniendo a la democracia y las libertades en cuarentena.