Javier Elorrieta-Editores

Henry Louis Menken, considerado referencia del que fue denominado “nuevo periodismo “, introducido en España por Fernando Savater, si mal no recuerdo, consideraba la fe religiosa como una patología. Tal vez una consideración demasiado rotunda, pues la definía como “la tendencia a creer, contra toda evidencia, que ocurrirá lo improbable”. Hoy en día la ideología comunista, o la variante actualizada como el socialismo del siglo XXl, se ha convertido en una auténtica ideología de transferencia de sacralización por muchos adeptos, en una autentica relación fervorosa de sus seguidores, en muchas ocasiones con una formulación fanática. Aquí sí que hay verdadera patología, por la simple lógica de las cuantiosas evidencias de su desastre.

Conozco allegados, incluso familiares, que tienen además la osadía intelectual que mientras han mejorado sus condiciones personales constantemente, aumentando su patrimonio mobiliario e inmobiliario, durante toda su vida, ya desde el régimen anterior, y ahora viviendo con sus derechos elementales garantizados, despotrican del marco político constitucional que garantiza las condiciones de libertad en la que viven, mientras defienden regímenes que sólo han traído a sus ciudadanos pobreza, injusticia y una enorme falta de derechos individuales. Efectos patológicos de un fanatismo, donde el calificativo de ciego sería la fórmula suave para aliviar la calificación de lo que sería objetivamente un canallesco cinismo. A los que únicamente me queda desear que no tengan que vivir bajo los regímenes que ellos defienden. Y que han estado y están en este mundo. No en la nebulosa de una eternidad prometida después de la muerte.

Uno de estos allegados me exigía de alguna forma , despreciando mi evolución con desdén insultante, que explicara qué había aprendido. Podría decir aquello de que cuando las realidades y las circunstancias cambian en todos los órdenes de la vida si es que ellos no cambian. Pero voy a intentar ser sintético.

Aprendí que nuestra formación, mi formación familiar sobre todo, era de una tendencia sacralizadora de la creencia. Cuando fui católico lo era mucho y finalizado el bachiller quise ser sacerdote. Cuando me incliné por el nacionalismo fui muy nacionalista, cuando marxista-leninista me volqué en el sector más radical, etc. Y la verdad es que he pagado esos entusiasmos, y lo que hoy considero errores. Me queda el consuelo moral de que era lo que creía, y lo hice con sacrificio, con importante merma de mis posibilidades materiales, profesionales, y vitales. Sacrificios que ni de lejos han pasado esos detractores de mi evolución.

Supongo que tres días con tortura, siete meses de cárcel, dos sumarios del TOP, tres Militares, un sumarísimo militar y seis años de exilio, darán alguna pista. Tener que trabajar en actividades más penosas que en las que hubiera tenido sin mi actividad política militante, frente a la mejora material constante en todos los órdenes de la vida que ellos iban disfrutando ,mientras uno, más permeable a la realidad , al estudio y a los datos se iba convirtiendo, por lo visto, en un despreciable traidor a los disparates en los que había creído Pero aprendí, por ejemplo, que era más democrático el voto secreto que a mano alzada, que sólo servía para presionar voluntades. Aprendí que era mejor la democracia representativa, porque articula mejor la pluralidad social que otras fórmulas de gestión política, de dictaduras de partido, aunque se diga de clase, de mayorías absolutas de la mitad más uno, o referendum plebiscitarios. Que los valores de ciudadanía, los valores republicanos encuentran mejor acomodo y garantía constitucional en España con una Monarquía Parlamentaria que con una república demostradamente desastrosa y fracasada. Que lo importante es la democracia y la articulación de las libertades ciudadanas. Que se garantizan mejor en una Monarquía Parlamentaria , pongamos tipo Suecia o Dinamarca, que una República pongamos Siria. O en la monarquía parlamentaria española que en la república de Venezuela. En la que por cierto mi familia exiliada de España tras la guerra civil se volvió, porque dicen que no se puede vivir decentemente allí. O Nicaragua y Honduras.

Aprendí que la libertad era más importante que la igualdad. Aprendí, sobre todo desde mi viaje a Cuba, que un obrero en Vizcaya en las mismas fechas que Fidel Castro entró en la Habana, último día de 1958, disponía de más acceso a bienes materiales de consumo, y más libertad social , que un obrero cubano treinta años después, en 1988 en Cuba. Que, bajo la dictadura franquista, las libertades políticas estaban conculcadas, pero con menos saña y crueldad que en Cuba. Que la población en general podía viajar, residir, y trabajar en cualquier punto de España, tener pasaporte, permiso de armas para la caza y adquirir, en general, cualquier bien material que estuviera al alcance de sus recursos económicos. Algo inexistente en las dictaduras como Cuba. Que dejó cientos , más bien miles, de muertos para pasto de peces en el Caribe, en el intento de buscar oportunidades y libertad fuera de su patria, o que el llamado Telón de acero, sin que despertara la más mínima compasión o crítica entre los denominados “Izquierdistas”.

Por cierto, aprendí que no es lo mismo muros para no dejar entrar que para no dejar salir. Aprendí que la tecnología y la globalización habían sacado de la miseria a millones de personas, lo que no consiguieron las internacionales ideológicas comunistas o socialistas, o las ong , incluidas las más loables. Que la tecnología y las grandes empresas que las desarrollaron y aplicaron, han aportado más al bienestar y progreso de la humanidad que todas esas internacionales, o los que en nombre del internacionalismo proletario sólo exportaron desestabilización, fanatismo, y liberticidio. Aprendí que el capitalismo no había generado la pobreza, que se la encontró, y que dónde más pobres quedan es dónde hay más ausencia de libre mercado y se han afianzado políticas más intervencionistas y de mayor burocracia estatista. Aprendí que nadie emigra buscando igualdad, sino libertad y oportunidades. Nadie de los países capitalistas emigra a países totalitarios buscando igualdad. Los flujos migratorios siempre se han trazado en busca de libertad y oportunidades.

Pues bien, podría hacer una epístola con mayor desarrollo posicional, refiriendo a la conjunción del desastre político que supone para nuestra sociedad el binomio izquierdismo y nacionalismo. Pero en el fondo, esto no es más que un desahogo de urgencia para decir a varios amigos de la infancia y la adolescencia, que aunque sean refractarios a los argumentos y a la realidad, les deseo lo mejor en sus proyectos de vida, Y como mi deseo va más allá de los que por edad nuestro horizonte no está demasiado lejano, vayan mis votos porque nuestros descendientes no tengan la enorme desgracia de llegar a vivir en regímenes que yo defendí, y ellos todavía defienden.

LIBERTAD, SALUD Y FELICIDAD