Iñaki Ezkerra-El Correo

  • Puigdemont protagoniza un fenómeno sobrenatural al zafarse del despliegue policial

La desaparición se ha convertido en una moda de la vida pública española, en una estrategia política, en un método de lucha por el poder. Primero fue Sánchez con aquellos cinco días en los que se lo tragó la tierra y en los que reapareció con aquella epístola del hombre enamorado que asombró al mundo y nos despertó una perplejidad a los españoles de la que todavía no nos hemos repuesto. Después ha sido Zapatero con ese último viaje que ha hecho a Venezuela para ejercer de observador en las elecciones, pero en el que se ha desintegrado como las mismas actas electorales que habrían de dar fe de la fantasiosa victoria de Maduro. Y finalmente ha sido Puigdemont, que ha logrado desaparecer sin dejar rastro en medio de una multitud y un despliegue policial que convierten su caso en un fenómeno sobrenatural que podría llevarle a un proceso de beatificación exprés en el Vaticano.

Sí. Puigdemont ha logrado burlar el cerco de los Mossos d’Esquadra gracias, paradójicamente, a dos mossos d’esquadra que después han sido detenidos por los propios mossos. También se ha dicho que se ha fugado en dos coches, razón por la cual el milagro sería doble: no solo se ha desintegrado sino que antes se ha desdoblado. Al dispositivo policial que ha logrado prestigiar innegablemente la imagen de España ante el mundo (el CNI, nuestras Fuerzas de Seguridad y el Ministerio de Interior han quedado de cine) le han llamado con un gran sentido de la oportunidad, y del humor, la ‘operación jaula’. Y es que realmente lo que se vio ayer en las inmediaciones del Parlament de Catalunya, con las huestes de Junts caminando en procesión para escoltar a su santo, o sea, para obstruir a la Justicia y colaborar, de la forma más pública, delictiva y flagrante en la fuga de su prófugo, fue una verdadera ‘jaula de grillos’.

Sánchez, Zapatero, Puigdemont… La desaparición se ha puesto de moda en cierto sector de nuestra clase política. Y uno se acuerda de ‘Estética de la desaparición’, un brillante ensayo en el que el filósofo francés Paul Virilio explicaba que los personajes expuestos de una forma continuada a la mirada social demandaban, para compensar ese exceso, de un período similar de ocultamiento. Virilio ponía el ejemplo de Howard Hughes que, tras una existencia pública en la que inundó la prensa occidental con su imagen, decidió a los cuarenta y siete años -y durante veinticuatro- esconderse del mundo. Uno se acuerda asimismo de ‘Edipo reprimido’, una película de Woody Allen en la que un abogado veía desaparecer a su dominante madre en el baúl de un mago. El primer caso me llena de esperanza. El segundo de inquietud. En la película de Woody Allen la anciana reaparecía en el cielo de Nueva York para seguir mangoneando la vida de su hijo.