JON JUARISTI – ABC – 21/05/17
· ¿Qué es lo que ha muerto con la muerte de Germán Yanke?.
Nos conocimos hace medio siglo y fuimos amigos desde entonces, aunque Germán Yanke era de la edad de alguno de mis hermanos menores. Según afirma en sus escritos, tenía trece años cuando nos presentaron, de modo que yo había debido de cumplir los dieciocho, o estaba a punto de hacerlo. Una distancia que solía ser importante y hasta decisiva en aquella época. Sin embargo, nos caímos bien. Quizá porque descubrimos desde el principio que nos gustaba mucho la literatura y muy poco el deporte en un colegio de tenistas, esquiadores y jugadores de balonmano. El deporte, decía Germán, no es de caballeros. Ni el golf. Y eso que hubo algún Yanke en el Athlétic, allá por los tiempos prehistóricos, aunque creo recordar que sólo en la directiva.
Los Yanke llegaron a Bilbao en tiempos de la California del Hierro con otras familias centroeuropeas que, como ellos, arraigaron muy pronto en la Villa. Germán coqueteaba con la idea de que sus antepasados de Blutendorf, en Checoeslovaquia, fueran judíos. Una vez, en el museo de la Diáspora de la Universidad de Tel Aviv, pasó largo rato ante la pantalla de un ordenador que te decía si tus apellidos eran o no de raigambre judía. Ya había conseguido verificarlo en el caso de docena y media de los de su estirpe paterna, cuando abandonó bruscamente la indagación. «De pronto –me confesó– comprendí que me estaba portando como un nacionalista vasco». Judío por ascendencia o vasco por nacencia, Germán se consideraba ante todo bilbaino, en trisílabo unamuniano. O sea, liberal sin color ni grito, como rezaba el himno de los Auxiliares, la milicia urbana que defendió Bilbao durante los dos sitios carlistas del XIX y en la que combatieron nuestros antepasados.
No he conocido a nadie con un encanto personal tan grande, tan eficaz. Fuimos, como he dicho, amigos, muy amigos. Quizás incluso los mejores amigos, pero nuestra amistad no fue constante. Tuvo interrupciones, intermitencias. Nunca llegamos a reñir, pero con frecuencia poníamos nuestra relación en stand-by, la suspendíamos, acaso porque nos conocíamos tan bien que intuíamos el peligro de que las tensiones derivaran hacia una dolorosa ruptura definitiva. Con todo, si Borges agradeció al destino la amistad de Cansinos o la de Bioy, mi gratitud no es menor que la suya por haber recorrido largos trechos de mi vida en compañía de Germán Yanke. Agradezco la limpieza de su prosa, su poesía tranquila y todo lo mucho que en él hubo de amable.
A la muerte de Ignacio de Aldecoa, en 1969, Carmen Martín Gaite escribió: «Su muerte ha entrado a saco como un viento despiadado en el arca de estos recuerdos que parecía aún temprano para revisar (…). Ha muerto Ignacio Aldecoa. Los años cuarenta y cincuenta, lo queramos o no, empiezan a ser historia». Algo así he sentido tras la muerte de Germán. Todo un mundo, toda una época que aún creía vivos, han caducado de repente. ¿Qué es lo que tras el pasado domingo ha comenzado a ser historia? Un tiempo ya lejano de construcción y de reforma, de esfuerzos comunes para defender y consolidar instituciones que garantizaran la libertad de todos.
Nadie como Yanke supo poner rostro a ese tiempo. El espantoso deterioro y sufrimiento que padeció en los últimos años se había ido transformando –sin que él, como es obvio, lo pretendiera– en símbolo de una era sobrevenida de discordia y destrucción, una era kaliyuga, que diría Ortega, y ha tenido que morir Germán Yanke para que quienes lo quisimos nos diéramos cuenta de lo que significó su vida y de lo que su desaparición significa. ¿Recordáis como olía el mundo antes del año 2000? ¿Recordáis las grandes flores amarillas, etcétera, etcétera?
JON JUARISTI – ABC – 21/05/17