TAL VEZ recuerden el anterior bloqueo. El de Rajoy y el «no es no», el que le costó a Sánchez ser extirpado del PSOE durante aquella noche memorable en la que un bromista envió pizzas a Ferraz como en una situación de rehenes: parecía que, de no salir con las manos en alto, un francotirador abatiría a Sánchez en cuanto se asomara a una ventana. Todos hemos madurado. El segundo bloqueo nos alcanza más adaptados al desorden y la erosión, más sueltos en el carajal español.
Observen al Rey. El primer bloqueo lo vivió durante los años de saneamiento de la institución monárquica, cuando actuaba como si estuviera a prueba. Con una prudencia ensalzada por todos, sin la menor tentación de rebasar los estrictos límites constitucionales. De hecho, de lo que presumían entonces sus cercanos es de que el Rey había sabido abstenerse de realizar una sola declaración política a favor del desbloqueo a pesar de que el entorno de Rajoy le hacía saber que esperaba de él que se atreviera. Durante aquellos días, uno hablaba con actores políticos de la derecha y éstos decían que el Rey había atravesado la situación con escasa implicación y poco riesgo por su parte, acogido a sagrado en la casilla constitucional. Todo lo contrario que en su célebre discurso de octubre del 17, probablemente fundacional de su reinado ya terminada la reparación de averías heredadas, en el que mostró más motivación para enfrentarse a los grandes hechos de su tiempo que la que tenía un gobierno deprimido y deprimente.
El segundo bloqueo, por tanto, nos aporta un Rey que, al haberse atrevido ya en octubre del 17, vuelve a hacerlo durante un posado estival e interviene, esta vez sí, en el otro «no es no», el que padece Sánchez. Nadie dijo que el trabajo de exégeta real fuera a ser fácil. Hay que superar contradicciones. De forma que ahora tenemos a los mismos que elogiaron al Rey por no traspasar las fronteras constitucionales y no inmiscuirse en los asuntos parlamentarios, que han de ser resueltos por los representantes de los electores, admirando esta vez la conexión del Rey con su tiempo y su golpe de autoridad para urgir a los partidos. Como más lágrimas se derraman por las plegarias atendidas, tendría gracia que ahora al Rey se le formara un Gobierno compuesto al 50% por gente que anhela redefinir España y enviarlo a él a Estoril, y de la cual a lo mejor sólo podrían salvarlo otras elecciones.