Ignacio Camacho-ABC

  • Sánchez arrastra a su partido a una debacle inédita, pero los populares tienen un serio problema a su derecha

Las elecciones de Extremadura dejan una incógnita y dos certezas. La primera certeza es el desplome del PSOE sanchista en la tierra donde hasta hace bien poco gozaba de una hegemonía férrea. La segunda, el gatillazo de María Guardiola, que en vez de sacudirse a Vox lo proyecta; y la incógnita es la de cómo manejará el PP la coexistencia con un socio/rival dispuesto a apretarle las tuercas tras obtener un crecimiento tan relevante como decisivo en la nueva correlación de fuerzas. En el primer caso no cabe ninguna interpretación paliativa o benévola: el jefe del Gobierno se ha convertido en un lastre que arrastra a sus siglas a una debacle territorial completa. En el segundo, aparece un problema determinante –por segunda vez– para el futuro político de la derecha: la de la relación entre un mayoritario partido centrista y otro radical cuya estrategia impugna los consensos del sistema. La continuidad de Sánchez depende del modo en que se resuelva esa dialéctica.

Tanto Guardiola como Feijóo deberán saber que la gestión de este decepcionante resultado tendrá influencia esencial en su proyecto de cambio. Y rebajar su entusiasmo ante los probables sucesivos batacazos que esperan a los socialistas de aquí al verano, por cierto con gran espanto de unos candidatos que se sienten enviados al despeñadero para salvar el liderazgo máximo. Porque ése es el plan de Pedro: presentarse como el último dique de contención contra el avance derechista tras haber provocado una colección de fracasos. De Extremadura sólo le interesaba el aforamiento de Gallardo para amparar indirectamente a su hermano. Ha tomado al partido como rehén de su aventura personal, involucrando en ella a todos los cuadros orgánicos, y ahora no queda dentro nadie en condiciones de pararlo. Los líderes autonómicos y locales serán sacrificados como carne de cañón para que él se pueda ofrecer al electorado de izquierda como la ‘ultima ratio’.

Quizá ya sólo él confíe en revertir una tendencia de voto que parece muy consolidada, o al menos en beneficiarse de algún eventual giro de las circunstancias. De momento, los datos son tercos y la magnitud del descalabro apunta una masiva retirada de confianza. Es verdad que ya le funcionó en 2023 su apuesta terminal a todo o nada, pero desde entonces no ha hecho más que aumentar con sus decisiones la desafección ciudadana hacia un modelo carcomido por la corrupción, la arbitrariedad y las cesiones a unos socios empeñados en deconstruir la articulación territorial de España. El castigo en Extremadura, una comunidad con fuerte sentimiento de desamparo, es indisociable de esas alianzas insolidarias, y el panorama no pinta muy distinto en autonomías infrafinanciadas como la aragonesa, la andaluza o la castellana. Y este primer test refleja un terremoto sociológico cuya verdadera escala se medirá en la batalla entre la realidad y la propaganda.