Pedro García Cuartango-ABC
- Un Sánchez por los jardines de La Mareta y observando su fauna, sería menos dañino que en Madrid
Escribía mi querido y admirado José Peláez que le parecen excesivos los 23 días de vacaciones de Pedro Sánchez en La Mareta, argumentado que el presidente del Gobierno tiene asuntos pendientes que desaconsejan esa ausencia. Apuntaba que una persona con tan altas responsabilidades no puede gozar de un asueto como si fuera un ciudadano cualquiera.
Como el artículo de Peláez era tan brillante y tan bien escrito, me convenció de lo razonable de su tesis. Pero he ido reflexionando al respecto y he llegado a la conclusión contraria: que Sánchez debería pasar un largo periodo de tiempo en La Mareta, tal vez apurar el verano hasta finales de septiembre. O mejor, quedarse en ese maravilloso enclave hasta las próximas elecciones.
Así no tendría la oportunidad de ceder ante el chantaje de Puigdemont en la negociación de los Presupuestos, de culminar el concierto fiscal que ha prometido a Illa o de transferir la gestión de las pensiones al PNV. Un Sánchez de permanentes vacaciones tendría mucho menos peligro que maquinando en La Moncloa.
Esto ya sucedió cuando Rajoy ganó las elecciones y no pudo gobernar por «el no es no» de Sánchez, que forzó un periodo de interinidad de muchos meses. Todos los analistas coincidieron que, sin la posibilidad de recurrir al BOE, fue una etapa de tranquilidad y prosperidad, sin ningún sobresalto.
Estuve con Rajoy en su despacho de La Moncloa y me confesó su frustración porque Sánchez había rechazado de forma abrupta la posibilidad de un Gobierno paritario de coalición con el PP. Esa negativa tuvo notables consecuencias. A nadie se le escapa que el futuro de este país hubiera sido bien distinto.
Hecha esta acotación, vuelvo a mi idea de que un Sánchez por los jardines de La Mareta y observando su fauna, sería menos dañino que en Madrid. Si hubiera permanecido en la isla canaria desde su primer verano en el poder, no habría podido reformar el Código Penal, firmar la cesión de las competencias de inmigración a la Generalitat, aprobar la ley de amnistía o gobernar a cambio de la compraventa de votos en el Congreso. Todo serían ventajas.
No crea el lector que estoy bromeando porque hoy las principales decisiones que afectan a España se toman afortunadamente en Bruselas y porque existe una sociedad civil que tiene no ya una capacidad de autogobernarse pero sí de seguir tirando del país.
Tenemos una clase dirigente mediocre, apegada a los cargos e incapaz de ser coherente con sus principios. Los partidos han promocionado a sus fieles, han colonizado las instituciones y se han burlado del mérito y la autonomía de juicio.
Esa distopía de unas instituciones funcionando sin cargos nombrados a dedo o en permanente asueto me parece una buena solución para los problemas del país. Querido Peláez, que se queden todos de vacaciones.