Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Como es lógico, el lehendakari dedicó ayer una buena parte de su intervención en el Foro de EL CORREO y el Banco Santander a repasar los principales hitos de su largo mandato, que no han sido pocos, ni pequeños. Y, como también es habitual en estos lances lo hizo, con abundantes dosis de autocomplacencia y escasas de autocrítica. Han pasado casi once años desde su llegada a Ajuria-Enea y las cosas han mejorado mucho. Pero no me parece bien que la medida de una buena gestión sea el dinero comprometido y no su eficacia para conseguir los logros propuestos. Por ejemplo, en el euskera. Se vanaglorió de que el 75% de los alumnos que terminan la ESO lo hagan sabiendo euskera. Correcto, pero ¿cómo se explica que la audiencia de ETB1 sea de 7.000 espectadores, el 2,2% de cuota, a pesar del apoyo de la programación deportiva? ¿Cuánto ha costado la enseñanza del idioma incluso a los espectadores que luego no ven el canal? Lo dijo justo el día que conocimos que un 80% de ellos acaban sus estudios sin el nivel que exigirá la nueva ley de educación.
Tampoco me gusta el uso favorable de las comparaciones. En Euskadi, todos los datos per cápita nos salen bien, entre otras razones porque cada vez somos menos, aunque la demografía estuvo ayer ausente. Pero, si vamos tan bien, ¿por qué disminuye el porcentaje que suponemos del PIB nacional? ¿No habíamos quedado en que autogobierno era sinónimo de bienestar? Y, si somos tan atractivos, ¿cómo explicar que Madrid capte 3,1 veces más volumen de inversiones extranjeras?
Habló poco de economía y solo citó de pasada al Concierto Económico que, a este paso, se va a atrofiar por falta de uso. Sí mencionó a los sindicatos a los que no ahorró críticas (a algunos), ni ocultó las amarguras vividas por culpa de su actuación. Y también al TAV, cuyo retraso (Sevilla lo tiene desde hace 31 años y la lista de quienes ya disponen de él es interminable) desvió hacia la Administración central. Pero, ¿de verdad que no hay nada de lo que arrepentirse aquí, nada de lo que responsabilizarse? Con sus luces y sus sombras, Urkullu ha sido un buen lehendakari. La ovación final, general, intensa y larga demuestra que se va con buena nota y que dejará tras de sí un buen recuerdo, al menos en el colectivo ayer representado en el Euskalduna. Le aseguro que, a mí, me da pena que se vaya. ¡Agur Iñigo! No te vayas lejos…