ARCADI ESPADA-EL MUNDO
Voy al asunto candente, que son los llamados robos con violencia e intimidación. Allí donde ahora Barcelona excel·leix, para decirlo en el geminado que tanto me gusta. Y donde se aprecia el hecho diferencial: en 2018 hubo en la ciudad de Barcelona 12.277 robos con violencia y en Madrid 10.086. De modo que ese año la tasa barcelonesa (robos por cada 100.000 habitantes) duplicó largamente la de Madrid. Pero las series estadísticas cortas solo alargan la importancia del azar. Piénsese en la posibilidad de que el Messi de los robos con violencia hubiera llegado a la ciudad a finales del 2017. Yo comprendo que a los partidarios de las causas nobles (el capitalismo tardío, la globalización, la desigualdad) les irrite cualquier análisis que no les ennoblezca. Pero la vida en serie corta va así. En series más largas (todo lo largas que permite la web del ministerio del Interior) las cosas son distintas. Por ejemplo: entre 2010 y 2018 se observa que los robos con violencia en la provincia de Barcelona (hasta 2017 no figuran datos sobre ciudades, pero es irrelevante) han bajado un 9,4. Se observa también que la cifra de los 20.151 robos con violencia de 2018 es una cifra que se superó en 2010, 2011, 2012, 2013 y 2014. Es verdad que en 2018 aumentó la cifra un inquietante 9,7% respecto a 2017. Pero aún una cifra menor que la del 12,3 de 2011 o el 13,9 de 2012. La cosa puede empeorar, porque entre enero y marzo ha habido 5.887 robos de esa naturaleza. Pero, incluso manteniendo este ritmo, 2019 no va a ser el peor año de la década.
Messi aparte, y en serie larga, a Barcelona le irían bien algunos cambios. Una plaza de San Jaime cuyas dos autoridades dijeran que iban a cumplir las leyes y las cumplieran. Unos edificios institucionales limpios de basura partidista. Unas aceras donde los mantas no practicaran extendidamente el robo en nombre de la solidaridad. Y unos alcorques donde volviera a imponer su orden el glisofato y no creciera con impunidad tropical la mala hierba. La suciedad y el desorden son el peor efecto llamarada.