- Ucrania no aceptará reconocer la soberanía rusa sobre las tierras ocupadas por Rusia. Pero para Moscú ese es el punto de partida de las negociaciones.
La paz está aún lejos en Ucrania, pero un alto el fuego puede estar próximo. El presidente Donald Trump mantendrá una conversación telefónica este martes 18 con su homólogo ruso, Vladímir Putin, para que Rusia se sume al acuerdo de alto el fuego apadrinado por Estados Unidos que ya ha suscrito Ucrania.
Las opciones y las apuestas están abiertas, pero, de alcanzarse, ese alto el fuego será presumiblemente frágil y breve. Sencillamente, las posiciones siguen demasiado alejadas y los resultados en el campo de batalla están lejos de resultar concluyentes. Ni Rusia se ha impuesto, ni Ucrania ha sido derrotada.
Estados Unidos quiere un alto el fuego rápido y a toda costa. Trump hizo campaña prometiendo «la paz en 24 horas» y Ucrania no es una de sus prioridades. Muy al contrario, es un asunto al que quiere dar carpetazo cuanto antes.
De hecho, la Casa Blanca está abordando la guerra en Ucrania desde la óptica de su interés por alejar a Rusia de China. Lo que se conoce como «Nixon a la inversa» y al que ya me referí en esta misma columna hace unos días.
Las prisas y ese enfoque llevan a Washington a asumir buena parte de la narrativa del Kremlin y a ofrecer todo tipo de concesiones antes incluso de haberse iniciado las negociaciones formales. Así, la apetitosa zanahoria que Washington le está ofreciendo a Moscú es la restauración plena de relaciones diplomáticas y económicas.
Eso incluye recuperar el trato privilegiado y de igual a igual que le concedía Estados Unidos a la Unión Soviética y, por supuesto, el levantamiento de todas las sanciones.
El impacto económico no sería inmediato ni arreglaría los problemas de inflación en Rusia, pero el efecto simbólico de ese acuerdo sería instantáneo y excepcional si viene, previsiblemente, acompañado de una cumbre al más alto nivel en Yeda o Riad con aromas a Yalta del siglo XXI, un sueño largamente anhelado por Putin.
«Se mantiene la opción de aumentar la ayuda militar a Ucrania, pero no parece probable ya que eso supondría mantener o incluso reforzar la política seguida por la precedente Administración Biden»
En claro contraste, Estados Unidos no cuenta con un palo particularmente robusto e intimidante en este contexto. Y no es, obviamente, porque no los tenga, sino porque ha dejado claro que no contempla ningún paso que pueda interpretarse como una intervención directa en la guerra.
Y también que ante un hipotético rechazo ruso al alto el fuego, reducirá su presión a la imposición de más sanciones. Algo que, como se ha visto estas últimas semanas, no resulta particularmente inquietante para el Kremlin ni le va a forzar a aceptar nada.
Se mantiene la opción de aumentar la ayuda militar a Ucrania, pero no parece probable ya que eso supondría mantener o incluso reforzar la política seguida por la precedente Administración Biden. Política que Trump y su equipo han criticado durante meses y que puede acarrear costes políticos domésticos.
A lo que caben añadir las voces que desde la propia Administración (y debilitando su propia posición negociadora en Ucrania) han insistido en los últimos días en la idea de que ayudar a Kiev perjudica la capacidad de Estados Unidos para proyectarse en el Indo-Pacífico. Lo que sí es un interés prioritario de Estados Unidos.
Y por si no fuera suficiente, asumiendo el marco ruso de la guerra como un enfrentamiento proxy (con Estados Unidos empleando a los ucranianos como fuerza delegada) y de estar jugando peligrosamente con un enfrentamiento directo (el you are gambling with WWIII que le espetó Trump a Zelenski) la Casa Blanca ha constreñido sustancialmente su margen de maniobra al difuminar la línea entre un enfrentamiento directo y el simple apoyo a una nación soberana agredida.
A diferencia de Trump, Putin no tiene prisa. Es muy probable que el número de bajas rusas, sumando fallecidos y heridos graves, supere de largo el medio millón.
Pero para el Kremlin serán muchos o pocos en función de los resultados estratégicos de la guerra. Y por primera vez en tres años desde que decidió iniciar su operación relámpago para conquistar Kiev en tres días, Putin ve una clara oportunidad de alcanzar sus objetivos.
Sabe que a Trump, Ucrania le importa más bien poco y lo que parece buscar es únicamente un acuerdo que le permita salvar la cara ante su audiencia doméstica y pasar página rápidamente. Es decir, ofrecer a sus votantes un (supuestamente fabuloso) acuerdo sobre tierras raras frente a, por ejemplo, la caótica retirada de Kabul durante el mandato de Biden.
Y el incentivo que le ofrece Trump (ese Yalta del siglo XXI) es muy seductor para Putin.
Pero Putin no está dispuesto a rebajar sus exigencias con respecto a Ucrania. Cuando el Kremlin apela a las «causas profundas» o a «la raíz» de la guerra se refiere a la soberanía ucraniana. Es decir, a la idea misma de la existencia de una Ucrania independiente y plenamente soberana.
Y aquí la dificultad estriba (y sobrevolará la llamada de esta tarde) en que por mucho que ambos asuman que se trata de una guerra proxy, forzar la capitulación de Ucrania no está al alcance de la mano de Trump.
Ahí va a encallar un buen rato la llamada. Quizás hasta provoque su fracaso en los próximos días. Ambos quieren entenderse, pero están decidiendo sobre un tercero que ni ha sido derrotado en el campo de batalla, ni ha dado todavía ninguna muestra de flaqueza en su determinación de resistir frente a Rusia.
Llegados a ese punto, Putin puede, simplemente, optar por continuar la guerra. Pero es muy probable que no quiera contrariar a Trump en su deseo de un rápido alto el fuego.
Además, al Kremlin, en general, le inquieta la impredecibilidad de Trump y teme que el Estado profundo (deep state) estadounidense (un kraken de cuya existencia está firmemente convencido) despierte en cualquier momento y corrija el actual rumbo de la Casa Blanca.
Ese es el dilema para Moscú.
«El fin de la ayuda norteamericana pondría a Ucrania en una situación difícil y, probablemente, le obligaría a reformular parte de su estrategia para repeler la invasión rusa»
La posición de Ucrania es delicada. El fin de la ayuda norteamericana le pondría en una situación difícil y, probablemente, le obligaría a reformular parte de su estrategia para repeler la invasión rusa. Pero estas últimas semanas, Kiev ha dado otra muestra de su enorme inteligencia estratégica.
Por un lado, en lugar de mostrar pánico ante el corte de suministros e inteligencia estadounidense, respondió con el mayor ataque con drones hasta la fecha contra Moscú y su región circundante.
El mensaje para Washington era claro: sin apoyo también pierden vigencia las restricciones operativas impuestas por Estados Unidos. Eso significa que el corte de la ayuda más que forzar la capitulación ucraniana podría provocar un agravamiento de la guerra.
Por otro lado, unas horas después de este ataque, los representantes ucranianos en las conversaciones de Yeda, en Arabia Saudí, se adhirieron rápidamente al acuerdo de alto el fuego propuesto por Estados Unidos (por medio de Marco Rubio y Michael Waltz, secretario de Estado y consejero de Seguridad Nacional respectivamente).
Con ello, como dijo Rubio, «la pelota quedaba en el tejado de los rusos».
Una jugada diplomática astuta por parte de Kiev que, además, conoce perfectamente que Putin es muy reacio a tomar decisiones o aceptar nada si siente que se le está forzando a ello. Ucrania aumenta así las posibilidades de que sea Rusia la que «rechace» o dificulte esta propuesta de alto el fuego y, al menos, pierda temporalmente la batalla del relato frente a Washington.
Los incentivos para Ucrania son muchos. Zelenski necesita recomponer sus relaciones con la Casa Blanca tras el infortunado encontronazo con Trump y su vicepresidente, J. D. Vance.
Además, un alto el fuego dará un respiro a tropas que están haciendo menos rotaciones de las necesarias porque ni el Gobierno ni la sociedad ucraniana quieren que se reclute a chicos jóvenes. La generación de 30 a 50 años, la gran mayoría padres, está dispuesta a asumir el coste y el sacrificio de esta guerra.
Todo ello incentivos para aceptar el alto el fuego.
Ahora bien, Ucrania no aceptará reconocer la soberanía rusa sobre las tierras ocupadas por Rusia. Para Moscú ese es el punto de partida de las negociaciones (que versarían, como he dicho, sobre la soberanía ucraniana), mientras que para Kiev sería un hipotético punto final siempre y cuando viniera acompañado de garantías extensas y creíbles de Estados Unidos y Europa sobre la supervivencia de la Ucrania libre o no ocupada. Otro nudo gordiano que no será fácil deshacer.
Europa no forma parte, de momento y ya veremos si lo hace, del proceso negociador con Rusia auspiciado por Estados Unidos. De ahí que el tridente europeo conformado por Reino Unido, Francia y Alemania esté tratando, con la complicidad ucraniana, de forzar su presencia en esa mesa.
Reino Unido ha jugado un papel clave en la reparación de las relaciones entre Kiev y Washington y se muestra dispuesto, junto con Francia, a liderar una misión que supervise el cumplimiento del alto el fuego. Es un asunto delicado y que depende del acuerdo de Estados Unidos y Rusia, aunque Francia ha cuestionado esto último.
La ausencia de Polonia de una posible misión europea se explica porque, al igual que Finlandia o los Estados bálticos, está concentrando sus esfuerzos en su propia defensa. Rusia está amasando tropas en Bielorrusia y hay temor a alguna acción hostil en primavera o verano. Que suceda o no dependerá, entre otras variables, de cómo evolucione la postura militar de Estados Unidos en Europa.
Lo que resulta difícilmente cuestionable a estas alturas es la vocación de Rusia por redefinir el orden de seguridad europeo recurriendo a la fuerza si hace falta.
¿Y España qué? Pues la verdad es que ni está ni se la espera. Los maquillajes contables, trucos retóricos y «jugadas mediáticas maestras» son de consumo interno y no tendrán mucho recorrido fuera de nuestras fronteras.
Más allá de que cada vez sean más visibles las costuras y la debilidad de la crecientemente insostenible posición estratégica de España.
*** Nicolás de Pedro es experto en geopolítica y jefe de Investigación y Senior Fellow del Institute for Statecraft.