Eduardo Rodrigálvarez, EL PAÍS, 15/7/2011
El caso de las negociaciones en Álava tiene toda la pinta de llevar a Izquierda Unida, o lo que de ella, o lo que sea lo que es ahora suponiendo que sea algo, a la Unidad de Vigilancia Intensiva, con pocas posibilidades queda de éxito.
La descomposición es un acto que tiene mala imagen: te reduce tu hogar al habitáculo del retrete, te reduce tu movilidad al corto (o largo, según los posibles de cada cual) trayecto entre la habitación y el retrete, es decir, te mete en un reducido espacio de tu casa, te deja barrido y en una sensación de inferioridad permanente, te quita el buen vino para cambiarlo por bebesales y te obliga, después, a comer arroz con pollo cocido que como todo el mundo sabe es la comida adorada por media humanidad (lo digo en serio porque media humanidad pasa hambre).
Pero la descomposición también tiene efectos beneficiosos: te limpia el cuerpo con la misma intensidad que limpian los empleados municipales la calles en una mañana de fiestas, te permite pesarte y llevarte el alegrón de tu vida, aunque sea un asunto muy ocasional, pero las alegrías son casi siempre ocasionales, y te permite recapacitar: ¿sigo con el arroz con pollo cocido o recupero mi fe en las alubias con todos sus sacramentos?
La descomposición en Izquierda Unida creo que va a requerir más bebesales que una pandemia de gastroenteritis. No se pueden cometer tantos en errores en menos tiempo. Una cosa es saltarse la autoridad de la dirección, que siempre es algo que se mueve entre el enemiguismo y el romanticismo (como en Extremadura) y otra convertirse en una oficina de recaudación económica y laboral. Nunca he creído en Javier Madrazo. Como es un personaje público, me siento con el derecho de decir que toda su trayectoria política siempre ha generado mucha desconfianza (se nota que el verano empieza a moderarme el lenguaje).
El caso de las negociaciones en Álava tiene toda la pinta de llevar a Izquierda Unida, o lo que queda de ella, o lo que sea lo que es ahora suponiendo que sea algo, a la Unidad de Vigilancia Intensiva, con pocas posibilidades de éxito. Y entonces me acuerdo de todos aquellos comunistas, republicanos, gentes de izquierda en general -no pondré nombres aunque están en la mente de todos- que se enfrentaron al franquismo, que apostaron por la reconciliación como paso previo a la democracia, que dinamizaron la vida sindical, que penaron cárcel y penas de muerte, que supieron rehacer sus postulados sin renunciar a sus principios… Eta gero hau!
A Izquierda Unida le queda un suspiro. Y si quiere mantener ese suspiro necesita apartar sus fantasmas, refundarse con otros nombres, aparcar a quienes le hicieron tanto daño, a quienes tanto la utilizaron, a quienes la sobaron tanto. Conviene que unos cuantos sepan apartarse, porque solo duelen y dañan. Por una vez y sin que sirva de precedente, que sigan el consejo de Lola Flores: «Si me queréis, irsen».
Eduardo Rodrigálvarez, EL PAÍS, 15/7/2011