Si tuviéramos una cultura federal de la descentralización los experimentos podrían pasar. Luego, si no funcionan, se le devuelve a la Administración central lo que ella hacía mejor. Pero en España la descentralización no es tanto una cuestión de funcionalidad, donde el federalismo encaja, sino de poder, que grupos periféricos tengan más poder, lo que nos desliza al confederalismo.
Lo único que tiene concierto, y además blindado, para el exagerado encono de autoridades montañesas y riojanas, es Euskadi, donde se empieza a apreciar en lo educativo, no sólo en la política de orden público, la coherencia con el cambio político que debe protagonizar el nuevo Gobierno. Es tal la normalidad y concierto que de ser Euskadi el mal ejemplo del resto de los españoles nos estamos empezando a convertir en el país admirado, ayudado sin duda alguna por los excesos histriónicos del PNV y por la incapacidad de ETA de proseguir con su terrorismo. De no padecer esta crisis económica, la normalidad se notaría en nuestro bienestar cotidiano. ¿A ver si la cacareada normalidad no iba a ser otra cosa que echar al PNV del Gobierno?
Y si en lo político la cosa va bien, ¿por qué hay que meterse en el fregado de cambiar el Estatuto?. ¡Es que son como niños; no pueden quedarse quietos! Como si no quedara tarea en reconducir muchas cuestiones. En el fondo, como demostrara la bajísima participación del electorado en el referéndum del nuevo Estatuto catalán, me temo que estas innovaciones estatutarias sólo les interesan a los partidos, que por propia naturaleza desean siempre mayor poder, sin ver que tanta administración, funcionarios y duplicidades las tenemos que pagar al final los ciudadanos.
Si tuviéramos una cultura federal de la descentralización los experimentos podrían pasar. Luego, si no funcionan, se le devuelve a la Administración central lo que ella hacía mejor. Pero en España la descentralización no es tanto una cuestión de funcionalidad, donde el federalismo encaja, sino de poder, que grupos periféricos tengan más poder, lo que nos desliza al confederalismo. Si fuéramos de verdad federalistas hace tiempo que las autonomías hubieran devuelto Protección Civil; en muchos casos Sanidad, y la de Educación hubiera sido una de esas competencias compartidas. Pero de nuevo el cantonalismo renace, como en la I República, época donde quedaron como sinónimos los términos federalista, cantonalista y anarquista. El problema reside en que mientras no exista una concepción federal la descentralización tiende al soberanismo periférico. Así que menudo favor sería iniciar una aventura que sólo vendría bien al soberanismo.
Antes de iniciar el despegue de un vuelo muy largo con una sequedad crispante la azafata nos anuncia que, en cumplimiento de la legalidad vigente en España, queda prohibido fumar en todo el avión. No se le ocurre plantear allí mismo la posibilidad de modificación de la ley; mucho menos que decidamos el pasaje nuestro futuro: sacraliza la ley. Y si el no fumar se sacraliza, por qué a nuestros políticos se les ocurre plantear cada dos por tres la reforma de leyes fundamentales que rigen la convivencia. Quizás porque ya desde tiempos de Roma ir contra las leyes otorgaba a determinados personajes una gran popularidad. Pero para eso hace falta una desmesura demagógica que sólo se la veo, hoy, a los nacionalistas. Para el resto es peligroso, como el fumar.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 10/11/2009