JORGE DEL PALACIO-EL MUNDO
Una de las características más relevantes del mundo intelectual de Podemos es su anclaje teórico en el universo del posmarxismo. Abandonada la lucha de clases como principio del progreso de la Historia, la política pasa a ser lucha narrativa por la hegemonía sin otro destino predefinido. Íñigo Errejón, en el libro de conversaciones con Chantal MouffeConstruir pueblo (Icaria, 2015), definía de forma meridiana esta concepción: «En la política, las posiciones y el terreno no están dados, son el resultado de la disputa por el sentido».
Pero entender la política en clave posmoderna, como un ejercicio cultural de producción de identidades, donde el viejo antagonismo de clase es sustituido por la institución de nuevos antagonismos, también significa, en la práctica, poder decir una cosa y la contraria. Dado que cualquier redefinición de la realidad es útil mientras rente a la estrategia. Esto ha permitido a Errejón, hoy candidato de Más Madrid, convertirse, en defensor del origen de la democracia española en la Transición. Se deduce de las palabras que Errejón dedica a la dirigente del PP Cayetana Álvarez de Toledo: «Mire, señora marquesa, la democracia en este país a usted y a los suyos no le debe nada, a Manuela Carmena, a nuestras madres y padres se lo debe todo, así que un poquito de respeto». Es decir, que en España tenemos democracia y la debemos a nuestros mayores.
Ciertamente, Errejón nunca ha figurado entre los políticos de Podemos más críticos con la Transición. Reconociendo, en su caso, que contribuyó a formalizar importantes avances en derechos para las clases populares. Pero en su discurso nunca han faltado la batería de tópicos que calificaban a la Transición como «correlación de debilidades», siguiendo a Vázquez Montalbán, o «revolución pasiva», siguiendo el utillaje teórico gramsciano. Siempre, en todo caso, denunciando un proceso de cambio político que, frente al discurso oficial, era calificado como insuficiente. Porque había dejado intactos los poderes oligárquicos del franquismo haciendo imposible el advenimiento de la democrática vía ruptura.
Sin embargo, la aventura ahora con Carmena, quien capitaliza su destacado papel como militante comunista en el franquismo y la Transición, obliga a Errejón a virar. No solo porque le impide desligar la Transición de la restauración de la democracia si quiere legitimar el relato personal de Carmena, sino porque en el discurso sobre la Transición articulado por Podemos había una crítica que caía, de forma velada, pero con todo su peso, sobre la memoria del PCE. La tesis del secuestro de la democracia por el llamado «régimen del 78», hacía a las izquierdas, PSOE y PCE, que se comprometieron con la democratización vía reforma y renuncia al maximalismo ideológico, cómplices de una maniobra política que permitió a las élites franquistas mantener su hegemonía con disfraz de reformismo.
Pero quizás resulta inútil ahondar en la contradicción, porque la posmodernidad lo aguanta todo. Luego, larga vida al descubrimiento de la Transición.