No debe extrañarse el PNV de ser recriminado por su escaso apoyo a las víctimas del terrorismo durante años: cuando el peligro acecha en su propia casa, su propia portavoz dice que el problema reside en que el Parlamento vasco está supeditado a la soberanía del Congreso. La obsesión por los derechos colectivos eclipsa la defensa de la integridad personal.
No le suele gustar al PNV «airear» los disgustos, aunque si se trata de una situación tan grave como la que ha atravesado su presidente, que se ha visto esta vez en el centro de la diana un activista disfrazado de abogado, lo suyo habría sido reaccionar con un enérgico gesto de resistencia democrática. O será que desde las entrañas del partido no se da mucha credibilidad a la versión policial sobre las intenciones de un abogado de ETA de atentar contra su presidente Iñigo Urkullu. De otra manera no se entiende que su representante en el Parlamento vasco Eider Mendoza, aprovechando que el Adour pasa por Bayona, dijera ayer mismo en el programa de ETB ‘Aspaldiko’, que «el principal conflicto que tenemos en Euskadi es que no podamos decidir nuestro propio futuro». ¿Recuerdan la matraca?
No es que no podamos decidir a quiénes votamos cada vez que acudimos a las urnas; no. Se trata del ámbito de decisión, en el que tanto se inspiraron, por cierto, los redactores del Estatut. Como si no hubiera ocurrido nada en treinta años. Como si todavía Ibarretxe estuviera en el timón de Ajuria Enea. Como si la noticia macabra, en fin, apenas le hubiera rozado al jelkide. La sensibilidad del máximo dirigente de los nacionalistas seguro que quedó afectada, aunque estas informaciones siempre haya que someterlas a cuarentena.
Y me consta que sus compañeros más cercanos le transmitieron todo el apoyo que fueron capaces de manifestar. Pero la frialdad con que la parlamentaria Mendoza, conocida en el hemiciclo de Vitoria por su alineación con Egibar, capeó ayer el temporal llamó poderosamente la atención. El conflicto del que han vivido tantos políticos en nuestro país, con el que han ido justificando las barbaridades de ETA, fue sacado a colación por la portavoz del PNV en el preciso momento en que se estaba analizando que los de ETA le tenían ganas a Iñigo Urkullu.
Es cierto que en el PNV suelen vivir este tipo de episodios sin dar tres cuartos al pregonero. Pero cuando se está hablando de los planes macabros de un abogado de la banda, es casi obligado sacar la cabeza. Ya lo hizo una vez el propio Urkullu cuando les dijo a los terroristas que se fijaran en él pero que dejaran en paz al partido. Un gesto que, entonces, se entendió más como un «saque de pecho» que como una denuncia. Ahora que se sabe que su nombre circuló entre los barrotes de las celdas, se ha echado en falta una declaración de los suyos.
Desde fuera, Urkullu ha recibido muchas llamadas. Las del ministro y consejero de Interior para comunicarle la noticia llegaron algo más tarde de que la hubiera podido leer él mismo en la red. Las de otros representantes políticos; también la de Basagoiti con quien tiene pendiente esa reunión que los dos pretenden celebrar con la máxima discreción. Pero no debería extrañarse el PNV cuando se les recrimina su escaso apoyo a las víctimas del terrorismo durante años si cuando el peligro acecha en su propia casa, hay quien dice desde dentro que el principal problema reside en que el voto del Parlamento vasco está supeditado a la soberanía del Congreso. La obsesión por los derechos colectivos puede llegar a eclipsar la defensa de la integridad de una persona.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 21/4/2010