Eduardo Uriarte Romero-Editores
Sólo desde la nostalgia y el prejuicio se puede comprender el rechazo casi visceral que determinadas personas, pausadas y tranquilas ante otros acontecimientos, son capaces de manifestar ante las últimas decisiones adoptadas por Ciudadanos, como la entrada en el Gobierno de Andalucía, Gobierno posible por el apoyo de Vox, manifestación patriótica en Colón ante la deriva negociadora del Gobierno con la Generalitat, y la declaración pública de rechazar una alianza con el PSOE de Sánchez tras las elecciones.
Los que en su día asumimos las virtudes políticas de estabilidad del bipartidismo -un bipartidismo imperfecto donde los partidos nacionalistas se prestaban a la rapiña en caso de no alcanzar la mayoría absoluta uno de los dos grandes partidos, derivando las autonomías hacia la confederación-, y una sacralización del centro político como garante también de la estabilidad y refugio de las sensatas clases medias, nos cuesta aceptar que todo esto se acabó. Todo se acabó no sólo por la irrupción del populismo, de izquierdas primero y después de derechas, asumido más o menos también por partidos otrora serios, sino porque la sensatez en política se va alejando de la mayoría social barrida por la crisis económica y el desprestigio de la política ante la corrupción y el sectarismo de los viejos partidos. Estuvo bien mientras duró, sentimos su desaparición, pero los primeros responsables de que bipartidismo y centralidad política desaparezcan son los que detentaron el poder.
Quizás por esa nostálgica visión del pasado, estos críticos han sido mucho más condescendientes con un Gobierno que se apoya en una fuerza, esta si anticonstitucional y antieuropea, como Podemos, solidaria hasta el estupor con los desmanes del bolivarismo, y en unos separatismos cuyo anhelo es la independencia de España, parte del cual está siendo juzgado en el Supremo por rebelión, que con un partido poco responsable de las hecatombes sufridas como es Ciudadanos. En general, la ideología dominante, infantil, izquierdista y sin límite en el deseo, permite encubrir esta obscena realidad política, y lanzar en el chivo expiatorio adecuado un cúmulo de críticas injustificadas.
Sencillamente, Ciudadanos no puede ir por libre, cual un partido liberal en condiciones políticas normales promoviendo el centro político, cuando desde el PSOE de Sánchez se optó por un frente de fuerte base rupturista con el sistema, marcando el terreno de la confrontación electoral, y no dejando espacio intermedio. O estas con el progreso, es decir, con el bloque sanchista, o estás contra mí. En política normalmente los espacios, y más si eres pequeño, vienen impuestos. Otra cosa es, que se desee, ofreciendo una falsa imagen de normalidad, otorgar la centralidad a un PSOE que diariamente se manifiesta como líder del bloque rupturista dejando entrever por parte de C’s la posibilidad de pactar con él tras las elecciones. Se le está pidiendo a Ciudadanos que sea un partido zombi.
La situación es tan disparatada, tan insólita -un Gobierno apoyado por los que quieren cargarse el orden constitucional y su espacio territorial-, que es útil buscar las responsabilidades en el que no las tiene. Se podría poner en valor el testimonio de Urkullu ante la Audiencia nacional para deshilvanar algún aspecto de esta extraña situación. Comparado con los de otros personajes su testimonio ofrecía unas declaraciones claras y coherentes, sin escurrir el bulto. Llamativo su testimonio cuando tres miembros del Gobierno, fundamentales en la crisis catalana, Rajoy, Santa María y Zoido, no sabían nada, nada hicieron, y las decisiones las tomaron otros, dando una impresión terrorífica de desgobierno e irresponsabilidad ante la grave crisis a la que tenían que hacer frente. El desgobierno, la falta de iniciativa política, de decisiones que anulasen el proceso sedicioso, no cabe duda que ha fomentado el abandono de la derecha moderada por su encuadramiento en Vox. La pasividad del PP, aunque menos, también es responsable de la situación de enfrentamiento en la que nos encontramos.
No hay partido que no tienda a ejercer el poder. Bastante críticas, en mi opinión justas, ha padecido Inés Arrimadas por no otorgarle mayor tesón a su propuesta como candidata a presidente de la Generalitat siendo la líder del partido más votado. Pero cuando se trata de participar en Andalucía en el Gobierno, aunque sea con el apoyo de Vox, tras casi cuarenta años de gobierno socialista, unos escándalos por corrupción económica llamativos, que le hubieran supuesto la defenestración de haber sido el PP, con un PSOE sostenido en Madrid por la horda antisistema y nacionalista, le llueven la crítica a C’s. Al que, por supuesto, le hubiera gustado que Vox no fuera necesario para realizar el cambio de Gobierno.
Un Vox cuya existencia, y lo repito, como en toda situación de bipolarización política, debe fundamentalmente su existencia a que el PSOE, mucho antes que Ciudadanos, y por propia voluntad se alejara del centro por un izquierdismo radical. Y a este no se le critica por una deriva de consecuencias mucho más graves que la seguida por C’s. Deriva, sin lugar a dudas, fomentadas principalmente por la estrategia de Sánchez, jugador, como en la batalla interna de su partido, a todo o nada. El que no ha dejado espacio para el centro es hoy el presidente del Gobierno.
Hecho avalado en una serie de pasos. No se trata sólo de una estrategia electoral, donde los técnicos en comunicación suelen comportarse como comisarios revolucionarios llevando las cosas al extremo, tampoco es que Sánchez se viera obligado a constituir su bloque Frankenstein. Es que su proyecto futuro, su estrategia, una vez que su partido es hegemónico frete a Podemos, es la de ese bloque frente al resto, como lo demuestra no sólo el pasado acercamiento, Iglesias como mediador, con los miembros de la rebelde Generalitat, sino su utilización, al estilo bolivariano, de la Diputación Permanente del Congreso como crisol donde forjar la alianza cara al futuro en el apoyo a sus decretos ley de carácter “social”. De ganar Sánchez la alianza antisistema no tendrá mucho que negociar, se habrá ido forjando en la Diputación Permanente.
Los nostálgicos del reciente pasado -y fue bonito mientras duró- debieran ampliar su visón a la hora de lanzar las críticas al que menos responsabilidad tiene. El centro fue derribándose evitando que la fuerza más votada en la pasada legislatura no pudiera acceder al Gobierno, siguió con un empecinado “no es no”, prosiguió con un inusitado distanciamiento ante la crisis catalana -los separatistas y separadores- que se sumaba a la pasividad de la derecha, se mantuvo rehabilitando el bloque Frankenstein y negándose a convocar elecciones -ante las que podía haber existido espacio para el centro y otro juego de alianzas- y se proyecta hacia el futuro convertida la Diputación Permanente en el Juego de la Pelota del nuevo sistema que el futuro nos depara. Sin duda, futuro con mutación constitucional.
¿¡Y la culpa de este desastre la tiene Ciudadanos!?