Miquel Escudero-El ImparcialProfesor y escritor |
El fenómeno de ‘Patria’ es asombroso. De pronto, apenas hace cinco años un libro acertó a captar emociones que estaban bloqueadas por el odio o la ira contenida, por el temor a ser marcado y acosado; por el miedo a ser agredido, apaleado o asesinado. Pesadillas en las que confluyeron miseria, brutalidad, muerte, proyectos rotos. Emociones que se desahogaban en la intimidad y que, a menudo, se reprimían en público para no quedar confundidos con quienes previamente, y tras muchos años de rodaje, eran reconocidos como apestosos y estaban así desprovistos de todo respeto a su condición personal.
Sin duda, el impacto de esta novela ha sido superior gracias a su versión cinematográfica; una serie de diversos capítulos que llegan a impresionar a muchas más personas. Su autor, como es bien sabido, es Fernando Aramburu, un donostiarra que vive en Alemania desde 1985. Ha confeccionado un volumen con artículos suyos publicados en la prensa y que ha titulado ‘Utilidad de las desgracias’ (Tusquets).
Aramburu fue profesor durante veinticuatro años, hasta que decidió entregarse exclusivamente a escribir, y tiene conciencia de la imperiosa necesidad de educar el gusto para recoger matices tanto de comprensión como de deleite. Entiende que el desprecio por lo poético y la falta de apego a extraer belleza alrededor es una deformidad para la que no hay curación. En esa labor despectiva se alían la desgana, la pereza y la desidia, el ruido, la frustración y la falta del mínimo respeto. El desdén por la disposición risueña y por atender las palabras de quienes nos hablen desde su espacio personal; conquistado y afianzado año tras año, vicisitud tras vicisitud. El rechazo por la intimidad, por estar a solas y en silencio con los propios pensamientos, que no se quieren tener.
Cuenta Fernando Aramburu que en 1980 se trasladó a Zaragoza para concluir sus dos últimos cursos de Filología, iba con un amigo que estudiaba Historia: “veníamos de Ñoñostia, como dicen algunos. Esto significa que nos apeamos del tren persuadidos de haber llegado a un sitio de calidad inferior”. Desde hace años, otros vascos denominan ñoñostiarras a los habitantes de San Sebastián, o Donosti, al considerarlos esnobs, estirados, afectados; aunque, propiamente, ñoño sea alguien muy apocado y de corto ingenio. Este desprecio narcisista a los demás, a quienes se mira con la prepotencia de los malos ojos, topó de inmediato con la realidad que encontró en Caesaraugusta. Un territorio amigo, donde con rápida cortesía fue invitado a entrar en los espacios privados. “Éramos jóvenes y libres en un país que acababa de abrir de par en par las ventanas tras largas décadas de aire cerrado, un país ansioso por modernizarse y superar sus complejos. Zaragoza fue, en tal sentido, un escenario favorable; de ahí mi agradecimiento”.
Por todo ello, Aramburu advierte que no hay que dejarse infectar por prejuicios que inoculan estupidez en las almas y los cuerpos. Por cierto que a los alaveses algunos vascos les llaman también ‘patateros’ por no decir aldeanos. La cuestión es soltar paridas y despropósitos en la infeliz idea de no aburrirse. ¿De verdad creemos en esas proclamadas identidades catetas? ¿No nos damos cuenta de que esto prueba lo palurdos que podemos llegar a ser?