Tomás Cuesta, ABC, 31/3/12
La huelga general, el jueves, fue un hito memorable. Para el tendero de la esquina, un suponer, inolvidable
SI después de lo ocurrido el jueves en España el Gobierno se felicita por la «normalidad» de la jornada y los sindicatos por el «seguimiento masivo» de la convocatoria resulta meridiano que l a realidad no es la que vemos —o la que padecemos— el común de los mortales, sino una artificiosa pantomima («una cosa mentale», diría Leonardo) pintarrajeada de un brochazo. No obstante, los hechos son tozudos y —lastrados, quizá, por un puritanismo rancio— suelen cerrarse en banda si alguien les mete mano.
Mondo y lirondo, pues, el diagnóstico es tajante. Que cientos de miles de ciudadanos se tengan que apear de sus derechos para ceder el paso a un plebiscito a pie de asfalto es, sintetizado al máximo, el resultado de un proceso de desistimientos en cascada que arrancan tras un pacto sobre servicios mínimos que conduce, de facto, a la institucionalización del sabotaje. Que acepta (incluso ampara) excepciones perversas que desvirtúan a su antojo las reglas cotidianas. Que no se emplea a fondo contra las bandas de la porra que van arrojando piedras sin esconder la garra. Que no aspira a dotarse de herramientas legales que marquen las distancias entre la reivindicación y la algarada, entre los matones y los manifestantes, entre los que ejercitan limpiamente el derecho de huelga y los que lo confunden con el derecho de pernada. Que perpetúa, en suma, el desafuero asilvestrado con la complicidad pasiva de quienes titubean al ejercer la autoridad por miedo a parecer autoritarios.
Mientras, los sindicatos —de clase, por supuesto: en los grandes momentos hay que reivindicar la casta— han vuelto a poner sobre el tapete los herrumbrosos dogmas del arqueo lenguaje (piquetes, esquiroles, luchadores, lacayos…) y han estado a la altura del betún, que es, a fin de cuentas, la de su circunstancia. La liturgia anacrónica de los capitalistas carroñeros sacándole los hígados a los desheredados resulta, en versión castiza, con la pareja Toxo & Méndez al frente del reparto, un sainete bufo con ínfulas de drama.
Atrabiliarios, vocingleros, apocalípticos y desestructurados, los gerifaltes de la causa son un apeadero en mitad de la nada, un alto en el camino hacia ninguna parte. Falsarios sin escrúpulos, farsantes sin desmayo, son los reyes del mambo progresista, los custodios del templo de la mitología i gualitaria. Son los ojeadores del abismo que se abre más allá de sus despachos. Los que, a cuenta de aquellos que tienen el agua al cuello, amen de vivir del cuento no dan un palo al agua. Bien es verdad que el jueves se lo curraron a conciencia, que el país anteayer coqueteó con el colapso. La silicona, el jueves, clausuró l as pantallas de los ordenadores de la banca. Los móviles, el jueves, ni tan siquiera rechistaron. Los mercados, el j ueves, tuvieron que echar el cierre porque el escaparate de internet estalló en mil pedazos. Pamemas, pequeñeces, fruslerías insignificantes. La huelga general, el jueves, fue un hito memorable. Para el tendero de la esquina, un suponer, inolvidable.
Tomás Cuesta, ABC, 31/3/12