- En la medida en que crecía su representación electoral, y por miedo a que prendiera su mensaje, Cs fue difamado y atacado con mayor virulencia (mentiras, burlas, acoso físico)
No puede uno moverse por el mundo de la política sin percatarse de la existencia de una arraigada afición por confundir. Pero, siendo comprensible que entre los integrantes de ese gremio se amague, enrede y oculten intenciones, de ningún modo es aceptable que se engañe y mienta a los ciudadanos, a los votantes. Hay mil modos de hacerlo, de distinto calado. Como detalle menor referiré que en tiempos del CDS de Adolfo Suárez hubo un partido fantasma que se llamaba CSD (de ‘social demócrata’; dos siglas permutadas), que nadie conocía y que sólo asomaba a la hora de votar; intentaba raspar votos de despistados. Si se hablaba de él, se le daba visibilidad y se le facilitaba la labor. Mejor era callarse. Cuando Cs entró en la liza electoral (con enorme improvisación), el establishment de nuestra comunidad, sabedor de su indomable bravura, adoptó el silencio como arma. Tras irrumpir con tres escaños en el Parlament (una entrada contra todo pronóstico que respondía a un malestar cuya expresión era negada y distorsionada por los señores de la tierra) se les declaró ‘enemigos’ de Cataluña.
En la medida en que crecía su representación electoral, y por miedo a que prendiera su mensaje, Cs fue difamado y atacado con mayor virulencia (mentiras, burlas, acoso físico). Ahora que no están en el Parlament, todavía se acuerdan de ellos, cual si fuera una pesadilla. ‘No queremos perder el tiempo –dicen- leyendo nada de ellos’, pero lo hacen y no pueden dejar de hacerlo; se rascan por la huella de su urticaria. Por supuesto, sin argumentar y con memes bobalicones propios de ingenios brillantes. En verdad, no tienen lo que se dice una buena cabeza ni un buen corazón, sufren compulsión por escarnecer al objeto de su odio. La respuesta inteligente es no entrar al trapo y desdeñarlos. Se retratan tal como son. Me recuerdan a los homófobos que se dedican a insultar y atacar a los homosexuales con una fijación que hace pensar en una homosexualidad reprimida y que vierten en sórdida sinrazón. No soportan el respeto a la realidad ni a la diferencia.
Hablemos de la realidad (aquello que encuentro tal como lo encuentro). Cada uno de nosotros aporta un punto de vista, un panorama y una realidad particular. Importa, por consiguiente, la autenticidad con que vivamos y el afán crítico que despleguemos con un sentido de la verdad continuamente activado.
Partimos de la convicción de que las ideas no mueren, ni unas ni otras. Se aquilatan de acuerdo con las circunstancias y dan de sí lo que sea. En nuestro caso, ‘hay partido’ porque hay sustancia de un proyecto social importante. Otra cosa es acertar en el modo de reformularlo y revitalizarlo, en cómo volver a articularlo con vigor y sangre nueva. No es una esperanza insensata. Podrá parecer imposible, pero es necesario.
Las decepciones habidas en Cs son enormes, nada fáciles de superar. Comenzando por quien aupó el cartel del partido y se acabó jugando el patrimonio que no era suyo, antes de desaparecer entre las sombras. No abrió la boca ante la traidora y sistemática organización de deserciones y apuñalamientos por la espalda. Asimismo, el trato dado a quienes no fueran sus aduladores serviles era cualquier cosa menos liberal y generoso; ni, en última instancia, inteligente. Prescindió de la militancia, que, impresionada por el éxito en que se navegaba, transigió con todo lo que se ordenara. Otros se fueron (algunos con extrema rapidez), heridos por falta de atención o por ambiciones no colmadas.
“Donde no hay harina todo es mohina”, dice un refrán español. Esto es, cuando no hay cargos que repartir se producen agrias disputas de familia. Hay que contar con el desgaste que para un partido supone (en todos los órdenes) mantenerse sin representación. Las bajas de Ciutadans han sido innumerables y no se han podido reemplazar. Muchos de los mejores han desfallecido, pero el proyecto es singular y necesita no sólo el retorno de la militancia más leal y desinteresada que se fue desangelada, sino penetrar en sectores hasta ahora ajenos a la vida política; en especial, habría que conectar con los olvidados.
¿Cómo se hace? Esta es la cuestión. En primer lugar, se precisan unos dirigentes leales (que encanten por su honradez, simpatía y claridad, sin afán por trepar, figurar o recibir lisonjas) y muchos más ‘soldados’. La lealtad es el único valor en la política en el que puedes confiar, ha dicho alguien con convicciones sólidas y que fue vilmente sacrificado. En otro lugar he dicho de él: “Es un rara avis en el mundo de la política, donde nunca ha estado para enriquecerse, ni para satisfacer su ego; por el contrario, ha eludido siempre el protagonismo y ha preferido trabajar en equipo, de forma discreta, razonable y práctica”. Es íntegro, culto y espontáneo, conecta con la gente sencilla. No hace falta repetir su nombre para que ustedes lo reconozcan.
En todo caso, cabe recordar estos versos machadianos: “Ni el pasado ha muerto, ni está el mañana –ni el ayer- escrito”.