Desencuentros en la tercera fase (y III)

ABC 28/04/13
JUAN CARLOS GIRAUTA

El desencuentro entre Mas y Pujol no es anecdótico, sino profundo

Creo haber explicado por qué han devenido antagónicos los intereses de Mas y de Pujol, cómo el primero ha abandonado el rol de puente intergeneracional que el círculo familiar del segundo le había reservado a la espera de la mayoría de edad política de Oriol, y de qué manera ese círculo se ha descubierto como eslabón más débil de la cadena nacionalista al perder su larga impunidad con la estrategia del «choque de trenes» de Artur Mas, ese intento de esquivar el hundimiento catalán, la quiebra, la pérdida de premisas culturales y demográficas, y el final del silencio de los corderos no nacionalistas.
Jordi Pujol Ferrusola envía mensajes a sus amigos denostando el proyecto de Mas. De repente los diarios, las tertulias (también catalanas), la Hacienda y la Fiscalía van llenos de referencias a viajes a Andorra, colecciones de coches deportivos y movimientos de treinta millones. La Audiencia Nacional le ha puesto la lupa, pero nótese que, antes de ser requerido por Ruz, el informe de marras ya lo tenía Hacienda en algún cajón, durmiendo el sueño de los comodines.
A Oleguer Pujol le sacan los colores con Drago Capital y la regularización de tres millones de euros en la amnistía fiscal. El más perjudicado ha sido Oriol, cuya imputación en la trama de las ITV y unas grabaciones vergonzosas lo invalidan para la política, aunque él aún no se haya dado cuenta.
El desencuentro entre Mas y (los) Pujol no es anecdótico. Coincide con otro desencuentro más profundo, una avería por sobrecarga secesionista que impide que siga operando la combinación pujolista de seny i rauxa, sensatez y temeridad, contribución a la gobernabilidad de España y construcción nacional de Cataluña, un lenguaje para Madrid y otro para Barcelona. Lo que aquí se conoce, en frase menos sonora de lo que parece, como fer la puta i la Ramoneta ya no funciona. La primera ha ido demasiado lejos en su desenfreno como para simular virtud. Ahora ya son dos, definitivamente, y el hecho de que Artur Mas intente combinarlas, lejos de arrojar los dividendos del pujolismo, transmite una imagen de esquizofrenia, desorientación y ocaso.
La rabiza da alas a los planes de Miquel Sellarés, cofundador de Convergència y director del Centre d’Estudis Estratègics de Catalunya, desde donde se planea un ejército catalán. También crea un Consell de Transició Nacional que, anticipándose al improbable resultado de un incierto referéndum de autodeterminación, diseña las estructuras del Estado catalán. Entre tanto, la modosa Ramoneta nos explica (¡desde el mismo gobierno!) que no habrá consulta alguna sin un acuerdo con el Estado y retrotrae su preocupación a aquel objetivo central cuyo abandono justificó el anticipo de las elecciones por Artur Mas: un pacto fiscal, o «sistema de financiación singular», como diría Sánchez Camacho.
Todos los consejeros de Mas, salvo Francesc Homs, apuestan solo por la Ramoneta. En cuanto a Mas, aún no se ha percatado de que su doble vía — su doble vida— resulta patética. En él se ha desencontrado el nacionalismo catalán.