Ignacio Camacho-ABC
- En la posmoderna sociedad de la queja, la responsabilidad individual y el autocontrol son un albur, una quimera
Alemania ha cerrado. Hasta el 10 de enero. Merkel, coherente con su angustiada declaración del miércoles, le ha afeitado en seco las barbas a Papá Noel y a los Reyes Magos, que pese a las reliquias veneradas en Colonia no tienen allí la costumbre de dejar regalos. Más cerca, en Portugal, las muertes por Covid se han disparado. Italia ha alcanzado oficialmente las 60.000 víctimas y ha ampliado el toque de queda en la noche de fin de año. Francia sigue sin hostelería -ni bares ni restaurantes- y con medidas de confinamiento domiciliario. Bélgica sólo permitirá en Navidad un invitado por hogar, siempre que se trate de un familiar cercano. Los gobiernos vecinos tienen miedo, y no lo ocultan, a que las fiestas disparen el contagio y la campaña de vacunación, con sus dificultades logísticas, comience en medio de una situación de colapso. España, en cambio, está comenzando a abrir la mano con el abstracto coladero de los «allegados» y el alivio de las restricciones a la economía de contacto. Todos los países van a tientas pero un simple vistazo al entorno deja claro que el nuestro circula en sentido contrario.
Eso en principio no es malo ni bueno; dependerá de los resultados. En la mayoría de las regiones, el cierre perimetral y la limitación de horarios han cosechado éxitos. Sin embargo, Madrid ha elegido el camino opuesto y ha demostrado que la infección puede bajar también con los negocios abiertos si hay un modelo de respuesta selectiva y un sistema de criba extenso. No es la estrategia dominante, desde luego; los expertos -los de verdad, no los fantasmas anónimos del Gobierno- continúan insistiendo en la necesidad de acotar los contactos y reducir los movimientos. Este fin de semana, Andalucía levantó parte de las prohibiciones y las capitales se vieron inundadas de gente deseosa de aprovechar el tiempo como si no hubiese un mañana. Esa euforia colectiva anima las calles y llena las terrazas pero augura unas Pascuas de incertidumbre sanitaria. Las autoridades contienen el aliento ante la nueva desescalada: durante el «blackfriday» y el puente de la Constitución, pese a las trabas generalizadas, el descenso de la curva epidemiológica ha frenado su prometedora marcha.
Nadie tiene una fórmula que garantice certezas, salvo la clausura completa, pero existe consenso en que las recomendaciones de prudencia carecen de fuerza para contener el ansia de vivir de una población hastiada de cuarentena. En la posmoderna sociedad de la queja, la responsabilidad individual y el autocontrol son un albur, una quimera. Eso es lo que ha enseñado la pandemia y lo que parecen haber comprendido los gobernantes de otras naciones europeas, incluso de aquellas donde se supone que la disciplina calvinista ha dejado huella. Ya no hay margen para el método de prueba y error. Se necesitan reglas transparentes y concretas para que las Navidades no acaben en tragedia.