Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

Todas las previsiones efectuadas para el año que estrenamos colocaban a la demanda exterior en la lista de los motores averiados. Bueno, pues cuando no ha transcurrido ni una sola semana se está convirtiendo en un motor gripado. ¿La culpa? La amenaza que supone para los barcos mercantes la navegación a través del Mar Rojo debido a las acciones incontroladas de los hutíes yemeníes, un grupo terrorista alimentado y soportado por la larga y tétrica mano del Gobierno iraní.

Cruzar ese mar se ha convertido en una operación de riesgo y el precio de las coberturas sube según aumenta la probabilidad de que ocurra una desgracia. Como la alternativa es muy costosa, pues supone circunvalar el continente africano, gastar más combustible y alargar muchos días la singladura, los precios de los fletes suben también encareciendo el precio de todos los productos transportados. ¿Cuánto? Pues eso depende de la evolución de los ataques, de su intensidad y su duración, así como de la respuesta que den los países occidentales y de la expansión geográfica del conflicto. El motivo aparente de este lío es la posición de los hutíes en el conflicto israelí/palestino que les queda lejos geográficamente, pero cerca de sus intereses desestabilizadores.

El tema no es baladí y tiene poco que ver con las actuaciones anteriores de los piratas somalíes que amenazaban el Índico en el Golfo de Adén. El armamento utilizado ahora es mucho más sofisticado, incluye drones y helicópteros, como el que aterrizo en la cubierta del ‘Galaxy Leader’ cuando cruzaba el Mar Rojo camino del Canal de Suez, y los objetivos no son mayoritariamente barcos de pesca, sino mercantes de todo tipo. En consecuencia, tampoco son homologables sus efectos. Por ahí navega del 12% del comercio mundial y el 30% del transporte de contenedores. Nada menos.

Por eso resulta incomprensible la postura del Gobierno español, plagada de indecisiones y titubeos e incapaz de conciliar una postura común entre los extremismos de Sumar, que no se sabe que intereses defiende -desde luego no a los españoles-, y los siempre complicados equilibrios de los socialistas, que unas veces se mimetizan con los aliados europeos y americanos y otras retornan alegres y combativos a las algaradas universitarias.

Confiemos en que la sensatez triunfe y nos conduzca hacia una postura común de todo Occidente en defensa de sus intereses. Pasando por encima de los recelos que suscita el hecho de que, al menos esta vez, sean coincidentes con los nuestros.