EL PAÍS – 07/05/16 – FERNANDO SAVATER
· Hay quienes teniendo la ocasión histórica de enfrentarse a un totalitarismo criminal prefirieron encogerse de hombros.
Estamos hartos de oír a gente que se proclama progresista pero que jamás se ha comprometido a nada más audaz que la curda de fin de año. O que al mostrar sus simpatías cree que quien mejor representa el progreso es el gravoso estegosauro y no el pequeño pero tenaz roedor. Supongo que cada cual tiene su prueba del algodón, que no engaña, para distinguir los auténticos quilates de la bisutería. La mía es la actitud ante el largo calvario del terrorismo vasco y sus secuelas.
Quienes teniendo la ocasión histórica de enfrentarse a un totalitarismo criminal prefirieron verlas venir, suspirar encogiéndose de hombros que “entre unos y otros…” o decir que esas cosas se arreglan con voluntad de diálogo, tienen de progresistas lo que yo de arzobispo. Por no hablar de los que sostuvieron que la culpa era de los españolistas partidarios del bulo de la transición democrática o los que simpatizaban con los abertzalesporque al menos eran “de izquierdas”. Y también los que desaprobaban cualquier tipo de violencia, como si no hubiera más que una y a ti te encontré en la calle…
Con buena voluntad (o sea, tomándole por tonto) podría aceptar que Pablo Iglesias creyese que Otegi es hoy un hombre de paz si antes le hubiésemos visto en las manifestaciones antiterroristas, en lugar de colegueando en las herriko tabernas. Pero no fue así: tan políticos como eran él y los suyos desde pequeñitos, por tradición familiar, nunca encontraron momento para comprometerse en la denuncia activa de ETA.
No estuvieron entonces contra el terrorismo, sino ahora a favor de dejar de utilizarlo porque ya no hace falta. A la vista está, colgado en la memoria de las redes. Y millones de ciudadanos les votan y se consideran progresistas…