Ignacio Camacho-ABC
- «Lucha armada», «preso vasco»: el blanqueo de los legatarios de ETA exige que Sánchez asuma el lenguaje de su relato
Menos mal que el bueno de Joan Mesquida, el fallecido exdirector socialista de la Policía y de la Guardia Civil que acabó como militante de Ciudadanos, no se ha podido enterar de que Sánchez utilizó su elogio funerario para blanquear el terrorismo de ETA con una infame frase de soslayo. «Lucha armada» es el término escogido por el presidente para referirse al holocausto totalitario que trató de someter por la violencia al Estado. Lluvia sobre un charco: hace pocas semanas ofreció en público su pésame a Bildu por el suicidio de «un preso vasco», que desde luego había nacido en Euskadi pero cumplía veinte años de cárcel por pertenencia a un comando armado. En un gobernante que dispone de un
laboratorio de frases es imposible que este lenguaje sea fruto de un lapsus. Más bien se trata de que en su proceso de homologación institucional de los legatarios etarras ha asumido el léxico de su relato. Y ha comenzado a expedir certificados de limpieza de sangre ideológica a sus nuevos aliados apartando la vista de la sangre física que derramaron y que aún se niegan a limpiar porque, visto lo visto, entienden que no resulta necesario. Mesquida, un hombre honesto y coherente, se hubiese vuelto a morir… de asco.
Sánchez juega, como siempre, con ventaja; no deja de sorprender la cantidad de comodines que esconde en su manga para sacarlos cada vez que necesita hacer trampas. En esta ocasión la circunstancia que aprovecha es la de una sociedad desmemoriada por la ausencia de pedagogía democrática. Una encuesta de Michavila para Amazon revela que siete de cada diez jóvenes ya no reconocen a Miguel Ángel Blanco y apenas si les suena Ortega Lara; de ahí para atrás, el vacío, la amnesia, la nada. Si acaso una remota referencia de un drama que sirve de fondo a ficciones como «Patria». Una bruma de indiferencia o de ignorancia envuelve los años de plomo y las calles llenas de manos blancas mientras Josu Ternera posa en la portada de Gara como un influencer maduro con impecable camisa blanca o aparece como un apóstol del pacifismo y de la reconciliación en la televisión vasca.
Buen rollito. El enemigo es un imaginario fascio redivivo y los verdugos de Yoyes y de otras sesenta mujeres se proclaman adalides del feminismo. (Es cierto que no hacían diferencias de género: también liquidaban a sus maridos y a veces a sus hijos). Marlaska traslada a los presos que quedan para que estén cerca de esos caseríos donde se continúa enseñando y practicando el odio identitario como signo de la tribu. Y las víctimas se han convertido en lastimeros espíritus que vagan clamando dignidad y justicia por un páramo de olvido. Quedan trescientos crímenes por aclarar pero el sedicente progresismo los ha dado por moralmente prescritos. Lucha armada, conflicto político: las palabras no matan pero hieren cuando se usan para desinfectar la conciencia de los asesinos.