KEPA AULESTIA-EL CORREO

El cuarto aniversario de la consulta independentista dio lugar ayer a una celebración deslavazada por parte de un secesionismo dividido. Una declaración oficial de Pere Aragonès junto a sus consejeros de ERC y Junts reivindicando aquella iniciativa fuera de la legalidad. Infinidad de pronunciamientos y actos dispersos que oscilaron entre la añoranza y la rabia. Y la proclama voluntarista de un par de dirigentes de Junts tratando de consagrar aquel hito nada menos que como «el momento fundacional de la república catalana». Pero ninguna señal de que el 1-O, que según las cifras independentistas movilizó el voto de 2,3 millones de catalanes, sea realmente un mandato ineludible para quienes protagonizaron la jornada.

Nadie, excepto Santi Vila, se atreve a arrepentirse de haber burlado al Estado colando urnas en supuestos colegios electorales que centrarían la actuación de policías y guardias civiles a los que se les ordenó impedir la celebración del referéndum ilegal. Ninguno de los participantes en el 1-O olvidará lo ocurrido. Pero mientras algunos evocan la consulta como su vivencia épica, su única hazaña personal a favor de la república catalana, otros prefieren no seguir atados a perpetuidad al recuerdo, e incluso hay quienes en el anonimato rechazan que se les recuerde que estuvieron allí.

Al calor del 1-O, Oriol Junqueras quiso presentar la Mesa de Diálogo como ‘mesa de negociación con el Estado’, jactándose de que los independentistas están más cerca que nunca del sueño de la república catalana porque habrían obligado al Gobierno español a sentarse al otro lado. Toda negociación entraña un procedimiento de doble engaño. Se trata de engañar a la otra parte con expectativas que precisa para engañar a los suyos; y se trata de engañar a los propios asegurando que no se cederá en lo fundamental. En definitiva, toda negociación es un proceso de autoengaño. Sólo el resultado final constata si alguno de los interlocutores -o alguno entre los interlocutores- obtiene más ventaja que otros del enredo.

La Mesa de Diálogo es un espacio vacío por ambas partes. Denominarla ‘de negociación’ no es suficiente para llenarlo. Pedro Sánchez es el que menos engaña con su llamada a la concordia, porque sus oponentes no le conceden ni el beneficio de la duda. Corresponde a Pere Aragonès engañar a sus aliados del ‘procés’ y engañarse a sí mismo, minimizando la contestación independentista a un pragmatismo que Carles Puigdemont no ve solo táctico. Porque el de Waterloo abomina de que los de ERC pretendan insertar Cataluña en «una hipotética nueva España». Hace diez años el independentismo alzó el vuelo en Cataluña porque la Generalitat de Artur Mas optó por conceder verosimilitud al logro de un Estado propio. Cuatro años después del 1-O Pere Aragonès no tiene otra salida que desinflamar el conflicto al vacío, apurándose por optimizar los resultados económicos y sociales de la Generalitat autonómica.