Valentí Puig -El País
La respuesta prudente a la dialéctica amigo-enemigo pasa horas bajas
La política es cada vez más olvidadiza, tanto por la aceleración del tiempo en la vida colectiva como por la propensión a una desmemoria que quema ciclos sociales y se retrae del bien común. Lo cierto es que, al salir de votar en chancletas y anorak, el elector no tiene por qué considerar que en 1976, con la aprobación masiva de la Ley para la Reforma Política, dejábamos atrás la osamenta del sistema autoritario. Hubo Cortes constituyentes en junio del año siguiente, dando el poder al centro político. Consecuencia de la brutal crisis económica de 1974, dada la conflictividad se habían perdido millones y millones de horas de trabajo. Fue la oportunidad consensual de los Pactos de la Moncloa. La ciudadanía votó la Constitución resultante en diciembre de 1978. Desde entonces, el eje de la política fue, afortunadamente, el centro, al que la ciudadanía supo deslizar alternativamente hacia el centro-derecha y el centro-izquierda.
La teoría de que el centro político no existe sino únicamente votantes de centro tiene cierto fundamento. Lo que no sabemos es si con la crisis de 2008 el voto de amplitud centrista ha sido trastocado: eso significa clases medias retraídas. Han aparecido Podemos y Ciudadanos alterando el sistema bipartidista, tal vez de modo transitorio hasta que pasen a ser elementos de ese sistema, con valor de bisagra o, en caso extremo, sustitutivos de las alternancias hasta ahora usuales. En Cataluña, lo que fue Convergència i Unió ha dejado de existir. El centro depende umbilicalmente de unas clases medias que, económicamente precarizadas, perdieron la costumbre de apuntalar situaciones políticas estables, aunque quizás regresen a un centrismo instintivo. El centro biológicamente puro posiblemente no exista. Es más bien un modo de hacer política. Esa es la tesis de Gil Troy en Liderando desde el centro: se gobierna desde el centro, condimentándolo con las ideas que sean propias del centro-derecha o centro-izquierda, respectivamente. El centro es una respuesta prudente a la dialéctica amigo-enemigo, aunque no quiere decir que el centrismo sea arcangélico. Otra cosa es la bisagra, usual en las democracias europeas. De todos modos, la definición de los valores públicos va a tener que hacerla la sociedad civil y eso —dicho vulgarmente— da mucha pereza, entre la turba del “homovidens” y la apatía de una sociedad inconexa. Nos quedaríamos entre el voto reactivo y el selfie.
El centro biológicamente puro posiblemente no exista. Es más bien un modo de hacer política
Todo se enturbia más con los casos de corrupción y la financiación de los partidos. Ciudadanos se presenta como un partido impoluto que va a regenerar la política con sus cláusulas anticorrupción en los pactos de gobierno y PP insiste en que es más fácil gobernar que dar lecciones. Si en esa refriega solo se producen algunas abolladuras, al poco habrá ocasión para ocuparse de los temas prioritarios. Por supuesto, la corrupción lo es, pero ya elevada a la instancia judicial, mientras que la financiación requiere de un pacto general y eso hasta ahora se abordó con mucha hipocresía. Para el PSOE actual y con el declive general de la socialdemocracia, añadiéndose la competencia con Podemos, perfilar estrategias con cierto perfume centrista es hoy por hoy impracticable, sobre todo si la tentación fuese un frente heterogéneo que oscilase hacia la izquierda y con empatía con los nacionalismos. Eso fracturaría los pocos consensos hoy por hoy posibles.
Con la nueva gran coalición alemana, ¿en qué queda el centro-derecha de Angela Merkel y cómo podrá Alemania hacerse valer en la Unión Europea? Todas las miradas están puestas en la Operación Macron, aunque habrá que ver qué respuesta social tienen sus primeras reformas. La triangulación fue una tesis de equidistancias o de definirse más allá de los paradigmas concretos de derecha e izquierda. O sea: uno le sustrae carga al contrincante político al pegársele de muy cerca y menguar su margen de maniobra. Es una táctica que reniega de los beneficios de la polarización y del ataque frontal, salvo cuando consisten en sustraerle objetivos al enemigo político. Pero en definitiva, de lo que se trata es de que la economía siga mejorando y el sistema educativo tenga los debidos incentivos y reformas: es decir, que el ascensor social funcione. Si la política se entrega inerme a lo que salga, el límite es de alto riesgo. La inmoderación política opaca el pluralismo en el sentido de que incentiva los extremos y polariza una sociedad que es en sí moderada. Ahora mismo, o bien la sociedad articula sus preferencias con sensatez o bien los extremos se juntan.
Valentí Puig es escritor.