Ignacio Camacho, ABC, 21/4/12
Cada español tiene una receta para ajustar el gasto recortando todas las partidas menos las que afecten al interesado
RUBALCABA no llevaba razón: los españoles sí merecemos un Gobierno que nos mienta. O al menos lo creemos merecer cuando rechazamos al que dice la antipática verdad, al que delata la desnuda y desagradable evidencia de que nos hemos quedado sin un euro en la caja. Zapatero se derrumbó cuando experimentó la cernudiana desolación de la quimera, cuando la cruda realidad le arrancó de los labios la flauta con que tocaba la dulce melodía del Hamelin del bienestar, aquella música de subsidios, dádivas y cheques de natalidad o de alquileres. Y faltan dos minutos para que Rajoy sea objeto de vudú colectivo por anunciar que en la tesorería del Estado sólo hay telarañas y que estamos tiesos, sin blanca para pagar los servicios públicos. Eso no se dice, hombre, y si se dice da igual, porque nadie te cree. Queremos mentiras, como Johnny Guitar: la cómoda ficción de la inconsciencia.
Aquí todo el mundo es partidario de los recortes mientras no le toquen a uno. Cada español tiene en la cabeza una selección ideal de fútbol y una receta para ajustar el gasto recortando todas las partidas del presupuesto menos las que conciernen al interesado. Y en éstas va el presidente y se le ocurre gritar que todo el mundo al suelo empezando por los suyos, sus votantes de clase media a los que nada más llegar les subió los impuestos. Luego ha subido la luz, los transportes, el tabaco, las recetas farmacéuticas, las tasas universitarias, y pronto tendrá que cobrar por la justicia, las carreteras y tal vez el médico. No es que no quede dinero sino que además debemos de la fiesta atrasada dos mil pavos por cabeza. Sólo hay una cosa peor que tener que pagar las deudas, y es no poder hacerlo.
Así que lo mejor es esconder la cabeza, taparse los oídos y cerrar los ojos. Pensar que este Gobierno es un cenizo que disfruta con las malas noticias o que, como sostienen en síntesis los socialistas, se complace esquilmando a los pobres porque es de derechas. Rajoy no ha reparado en que su antecesor Zapatero no cayó en desgracia por haberse gastado hasta lo que no tenía sino por haberse arrepentido —aun a la fuerza— de hacerlo. Sólo alcanzó a decir medias verdades, con un realismo edulcorado y suavón, y ya con eso lo mandaron al desguace. Ahora viene éste y dice que estamos en la ruina. Ya lo sabíamos, alma de cántaro; quizá era él quien no sabía que lo eligieron para obrar el milagros de sacarnos de ella sin daños.
Ya puede desgañitarse el presidente: no le vamos a creer. O más exactamente, le vamos a creer en todo aquello que afecte exclusivamente a los demás. Mientras diga que no hay dinero para los otros todo irá bien; hay que apretarse el cinturón y tal, como gente responsable que somos. Ahora, a nuestro propio cinturón que ni se acerque, que llamamos a Rubalcaba… o a cualquiera que sepa cómo seguir engañándonos a la medida de nuestras voluntades.
Ignacio Camacho, ABC, 21/4/12