- Un rotundo aldabonazo en cada rincón de la geografía nacional que alerte a la ciudadanía sobre las serias amenazas que gravitan sobre la Nación
Cuando en 1976 se gestó y aprobó la Ley de Reforma Política, que abrió el camino al cambio de orden constitucional en España tras la muerte del general Franco, el grupo musical VinoTinto popularizó una hermosa canción titulada “Habla, pueblo, habla”. Sus sucintas, bellas y emotivas estrofas fueron en aquellos días agitados una fuente de inspiración para muchos ciudadanos, de hecho, la mayoría de los españoles, que deseaban un paso tranquilo y pacífico de un régimen autoritario que había fenecido con su creador a una democracia plena, homologable a las existentes en el espacio occidental. La operación fue un éxito, el discurso antológico de Fernando Suárez en las Cortes ablandó el corazón y convenció al cerebro de los procuradores, que se inmolaron, casi todos de buen grado, en el altar de la Transición. Cuarenta y siete años después, el edificio institucional, político y jurídico entonces erigido para encauzar el prometedor y nuevo período de nuestra historia que, por primera vez en dos siglos, se iniciaba como fruto de un gran acuerdo nacional y no como la imposición de una parte de España sobre otra, se encuentra gravemente puesto en cuestión mientras se extiende la sensación de que nos acecha el peligro de volver a los viejos errores que tanta sangre y destrucción habían causado en un pasado aún demasiado reciente.
La concentración de hoy en la plaza de la Cibeles en Madrid es la respuesta ciudadana a esta inquietud. Gentes venidas de toda España, convocadas por un centenar de entidades de la sociedad civil de naturaleza y fines diversos, pero confluyentes en su patriotismo y en su compromiso democrático, se reunirán para proclamar su adhesión a la Constitución de 1978, a la democracia y a la unidad nacional. No han sido llamadas a manifestarse contra nada ni contra nadie, sino a afirmar la voluntad mayoritaria de seguir juntos para impulsar un proyecto colectivo amasado por siglos de vivencias compartidas que, por mucho que se empeñen algunos, no podrá ser destruido. España es una de las grandes naciones europeas, cuyas contribuciones a la configuración del orbe tal como lo conocemos han sido ingentes y, como herederos de este devenir formidable y milenario, queremos preservarla, fortalecerla y servirla en beneficio de todos. Nuestra Ley de leyes, con sus evidentes defectos y fragilidades, es la mejor salvaguarda de nuestros derechos y libertades y causa alarma el intento claramente perceptible del actual Gobierno para desvirtuarla y pervertirla por la puerta de atrás.
Una batería de leyes sectarias, resultado de la combinación de un dogmatismo impermeable a la realidad y de un indisimulable rencor a todo lo que sea excelso, enaltecedor y exquisito, está pensada para disolver nuestro orden social. El conjunto de valores, convenciones y hábitos de conducta que hacen a las sociedades humanas estables, seguras y prósperas son objeto de contumaces y desaforados ataques, el respeto a la vida humana, la protección de la familia, la calidad de la educación, el imperio de la ley, la separación de poderes, la convivencia armoniosa, la tolerancia religiosa, los buenos modales, el mantenimiento de las tradiciones, toda la panoplia de logros de la civilización se tambalean bajo los embates de fuerzas políticas maniqueas, sembradoras de odio fanático y de revanchismo extemporáneo.
Cunde la sospecha de que esta maniobra de tintes totalitarios revela la preparación de una operación letal para la cohesión nacional consistente en arbitrar un referéndum de autodeterminación en Cataluña
La gota que ha colmado el vaso de la paciencia ciudadana ha sido el asalto impúdico al Tribunal Constitucional. El nombramiento por parte del Gobierno como magistrados del Supremo Intérprete de la Constitución de un ex ministro de Justicia que afirmó en sede parlamentaria que España atravesaba “un proceso constituyente” y de una ex directora general y ex vicepresidenta del Tribunal de Garantías Estatutarias de la Generalitat separatista, avalista de los atropellos a los derechos lingüísticos de los catalanes, ha puesto de relieve que el afán de poder del jefe del Ejecutivo no tiene freno ni medida. Cunde la sospecha de que esta maniobra de tintes totalitarios revela la preparación de una operación letal para la cohesión nacional consistente en arbitrar, bajo algún disfraz engañoso, un referéndum de autodeterminación en Cataluña. El mero planteamiento de una consulta semejante haría trizas la indivisibilidad de la soberanía nacional, que radica en el conjunto de los españoles y no en una fracción construida sobre ficciones históricas y una insolidaridad intolerable.
Todo eso es lo que esta mañana quedará a la vista en Cibeles y se oirá rotundo un aldabonazo en cada rincón de la geografía nacional que alerte a la ciudadanía sobre las serias amenazas que gravitan sobre la Nación y que debemos resueltamente neutralizar. La inspiradora letra del canto que resonará en el corazón de Madrid y que se expandirá por los cuatro puntos cardinales será esta vez “Despierta, pueblo, despierta” hasta que este clamor democrático y cívico apague los gritos destemplados de los enemigos de la libertad y los silbidos ofídicos de los conspiradores.