Pedro Chacón-El Correo
- Si la percepción de los políticos de que las elecciones no van a cambiar nada impregna a la ciudadanía, entonces la perversión democrática es completa
Existe despilfarro electoral si resulta que los políticos que nos gobiernan consideran que unas elecciones no van a cambiar nada y que, por tanto, que siga todo como está es lo mejor. Y si esa percepción impregna a la ciudadanía, como parece que también pasa, entonces la perversión democrática es completa y eso es lo que está ocurriendo aquí. Y cuando decimos despilfarro lo decimos con toda la intención: porque se está desaprovechando malamente el único instrumento efectivo y real que tenemos los ciudadanos para cambiar las cosas en política y, sobre todo, lo más importante, para demostrar que una sociedad es auténticamente democrática.
Si resulta que tenemos unas elecciones cada cuatro años y hacemos como que casi mejor que no las hubiera, eso denota un nivel democrático muy deficiente, contra lo que muchas veces se ha dicho aquí por los nacionalistas respecto de España, eso de que España es una democracia de baja calidad. Pues va a ser justo lo contrario. Para empezar, en Euskadi las elecciones generales siempre, salvo alguna rara excepción (2001), tienen más participación que las autonómicas vascas. Una democracia de baja calidad sería aquella en la que a las elecciones se presenta un porcentaje discreto de ciudadanía y donde apenas hay posibilidades de que haya alternancia electoral pues los resultados son previsibles. Pues exactamente ese es el panorama que hemos tenido en Euskadi desde el inicio del actual régimen político abierto por la Constitución de 1978 y el que tenemos por delante de cara a las próximas elecciones.
De la única ocasión donde las cosas cambiaron, en 2009, con el Gobierno de Patxi López, todavía resuenan las pataletas del PNV hablando de «golpe institucional» porque aquella victoria estaba basada en la ilegalización de la izquierda abertzale, porque por fin consiguió probarse judicialmente que seguía teniendo los vínculos antidemocráticos con el terrorismo de ETA que había tenido siempre. Y el dato lo revela que en 2011 ETA desistió por la lógica aplastante de los hechos y de la actuación policial.
Despilfarro electoral va unido a democracia de baja calidad. La ciudadanía vasca es consciente de que nada sustancial va a cambiar tras las elecciones y los resultados van a arrojar unas proporciones en el Parlamento de Vitoria-Gasteiz similares a las que teníamos antes y de que sobre todo la coalición en el Gobierno va a seguir.
Vistos los programas electorales que están preparando los candidatos a las autonómicas del 21 de abril, cualquiera diría que vivimos en una sociedad plana, aburrida, nórdica incluso, solo preocupada por lo económico, por la gestión de la cartera, por la administración de los recursos. Ojalá que fuera así. Pero esa realidad oculta graves malformaciones congénitas que, sin embargo, los partidos prefieren seguir conllevando, como diría Ortega y Gasset.
Habría tantos temas sobre los que entrar a saco en la política vasca, pero por no se sabe qué instinto conservacionista o qué aplatanamiento generalizado, no se entra. Con lo cual nada se moverá de como ahora está. Absolutamente nada. Y menos aún teniendo un panorama exterior donde todo lo domina lo que vaya a pasar en la siguiente convocatoria electoral, las catalanas del 12 de mayo, donde ahí sí que se pueden ventilar cosas, incluida muy principalmente la continuidad del Gobierno de España, que parece que a la ciudadanía (también a la vasca) es lo único que le preocupa.
Está claro que es en Madrid el único sitio donde hay emociones fuertes y donde se generan titulares como por un tubo. Quizás la época del protagonismo vasco en España pasó para no volver. Y gracias a que pasó, porque cuando éramos protagonistas lo éramos por la catástrofe humanitaria provocada por una banda de desalmados de la que ya no hay que hablar, al parecer. Y eso que siguen saliendo estudios -de cariz principalmente económico- de cómo sería la realidad vasca de no haber existido ETA. Pero del moldeamiento de la identidad colectiva, de eso nada.
Cuando resulta que la actuación de ETA fue la que configuró el panorama político que tenemos hoy, con un nacionalismo absolutamente dominante en la conciencia de la gente, con una derecha capitidisminuida, con un socialismo menguante. Vivimos sobre los restos de una batalla donde no hubo conflicto entre dos partes sino una especie de vorágine enloquecida de una panda de descerebrados que le cambiaron a la gente la forma de entender el mundo. A base de terror. Un ‘Josu Ternera’ diciendo, con la mirada perdida, que el pueblo vasco se sentía oprimido y que había que responder es la metáfora horrenda que explica nuestras vidas. Pero de nada de eso hay que hablar ya. Ni siquiera el candidato de la derecha vasca parece querer tocar el tema. Todos prefieren la economía, lo que interesa a la gente, dicen.