Santiago González-El Mundo
Ayer compareció la vicepresidenta para explicar que «no ha habido referéndum ni una apariencia de tal». Es otra vez la confusión entre la legalidad y los hechos. Ciertamente, lo que se desarrolló ayer en Cataluña no fue un referéndum, sino una aberración jurídica que pretendieron vestir de una legalidad alternativa, con uso delictivo del censo electoral. Luego, lo de siempre, la aberración jurídica y moral suele ir coronada por la guinda del esperpento. Normal que se dotaran de urnas diseñadas para separar basura orgánica.
Pero estos separatistas con cualquier cosita se hacen un apaño. Han mentido desde el principio y ayer también, naturalmente, exhibiendo como víctimas de la Guardia Civil a un minero herido en Madrid en 2012 y a un adolescente herido en una carga de los Mossos d’Esquadra en 2014.
La Moncloa defendió la proporcionalidad de la actuación policial emitiendo vídeos comparativos de otros cuerpos de policías en la Unión Europea y una escena grabada en San Carlos de la Rápita, en la que varios guardias civiles se montaban a la carrera en dos jeeps para huir perseguidos por la turba que les corría a cantazos.
Esto es lo único que a mí me pareció desproporcionado: ver a unos guardias a la carrera para huir de unos perseguidores que los apedrean. El juego de policías y manifestantes sigue una regla del toreo que Chaves Nogales atribuía a Lagartijo, y que el muñeco de Jesulín de Ubrique habría hecho suya con mucho gusto: «Esto de las manifestaciones yo lo veo como el toro, ¿no? Tú te pones aquí y luego te quitas. Te quitas tú o te quita el toro».
Hemos visto a los Mossos incumplir su obligación, por lo que ya se les han abierto diligencias judiciales. A un agente electoral se le cayó la urna que llevaba en una bolsa negra como de basura y dos o tres centenares de papeletas. Gente votando en la calle, hacerlo varias veces. Niños votando.
Era inevitable, el corolario lógico del resultado que ya había determinado el viernes el infalible ojo clínico de Junqueras: «La participación será superior al 60% y votara sí el 80%». El aturullado alzador de bienes predecía un 73% de votaciones, millones de votantes. Se vino a media tarde y el recuento será largo, más allá de mi hora de cerrar esta columna. A esta tropa le gusta afrontar estos asuntos sin sorpresas, un momento que la están peinando.
¿Y ahora, qué? Pues que esto no es un referéndum, pero a ellos les sirve como tal, y cuando se acabe el largo recuento tendrán que enfrentarse a su compromiso de declarar la independencia unilateral. Al Gobierno no le quedará más remedio que aplicar el 155, aunque es más dudoso que llegue a detener a Puigdemont, Junqueras, Forcadell y su tropa. Los delincuentes tienen que pagar por lo que han hecho. Sólo eso les calmará. Nunca un Gobierno legítimo podrá negociar con esa cuadrilla de delincuentes. Pero no todo acaba ahí. En el origen de todo está la pederastia de tantos años por la cesión inconveniente de las competencias de educación a las comunidades autónomas. Cataluña es la demostración palmaria del fiasco autonómico, pero a ver quién le quita ese cascabel a ese gatazo.