Después de Colón

DAVID GISTAU-EL MUNDO

UNA pregunta arrastrada desde el siglo XX es por qué la izquierda sufre tanta dificultad para integrarse en un sentido de pertenencia español que no le sepa antimoderno ni a muñeca tamborilera de la Legión. Es una cuestión tan importante que también en este sentido puede decirse que la Transición dejó flecos sin rematar. Mi hipótesis es que el problema proviene del golpe comunista del 37. Ahí quedan aniquilados u orillados, además de los revolucionarios, los liberales de la República, que sí tenían una devoción española y combatían por España, mientras que Stalin se apodera por completo de su bando y del Ejército Popular. Lo cual permite a Franco arrogarse la defensa de la identidad nacional cuajando la propaganda de que ésa es una guerra de España contra la horda comunista del Este, o sea, contra extranjeros. Los exiliados de lealtad comunista, al menos hasta el retorno de la Transición, en parte nunca dejaron de sentir que no los había derrotado el fascismo ni la reacción, sino la propia España cuyo espacio doctrinal ocupó Franco porque Stalin, en cuya guerra España era una pieza secundaria y prescindible que de hecho sacrificó, se lo dejó vacío.

Llegué a creer que la asonada independentista repararía esta anomalía histórica. Revelada por fin la naturaleza regresiva y supremacista del nacionalismo hasta entonces tan mimado por los «divinos» ansiosos por expiar la culpa española, la socialdemocracia hacía de repente el descubrimiento de una España disociada de Franco y de los anacronismos decimonónicos, tan hermosa y dispensadora de derechos y libertad como cualquier otra democracia europea, en cuya defensa valía la pena participar. Esto empezó a estropearlo Sánchez en el preciso instante en que dijo a Rufián en sede parlamentaria que ellos dos representaban mundos que podían entenderse y que no existía otro culpable que La Derecha.

Temo que la manifestación del domingo, en la que no compareció la izquierda que no transige con Sánchez y también puso, metafóricamente, banderas en los balcones, demorará un par de generaciones más el encuentro de España y la izquierda. Porque la propaganda se ha puesto a funcionar con un mensaje para el cual la izquierda siempre tendrá una buena predisposición: ¿veis?, España es cosa de fachas. Sánchez sabe que, con tal de apartarse de ellos, su clientela concederá ahora credenciales progresistas a todo lo que suene distinto de Colón: el relator, la autodeterminación, el concepto de plurinacionalidad y lo que haga falta.