- Los análisis poselectorales de los partidos políticos son, en muchas ocasiones, tan divertidos como las encuestas del CIS. Salvo alguna lúcida excepción ocasional, todos ganan, ninguno pierde
Los análisis poselectorales de los partidos políticos son, en muchas ocasiones, tan divertidos como las encuestas del CIS. Salvo alguna lúcida excepción ocasional, todos ganan, ninguno pierde. Así en Extremadura.
El PP es, sin duda, el ganador, el único ganador, ha mejorado algo sus resultados, y así lo ha exhibido con razón, pero difumina la realidad de que no ha alcanzado la mayoría absoluta que buscaba y tendrá que seguir dependiendo de los amargos apoyos de Vox. En este sentido, y solo en este sentido, poco ha cambiado. El PSOE, suelo de acero que se ablanda, es el gran perdedor. Nunca cayó tan bajo en Extremadura, territorio favorable. Desastre total. Sin embargo, sigue siendo la segunda fuerza política. Solo puede exhibir el fracaso del PP al no alcanzar la mayoría absoluta, y que las elecciones no han servido para nada. Esto último, como veremos un poco más adelante, es falso. Vox puede presumir, y lo hace, de un gran ascenso, pero intentará pasar por alto que es tercero, por detrás del agonizante PSOE y muy por detrás del aborrecido PP. Una cosa es mejorar o empeorar, y otra ganar o perder. Si un partido pasa de un escaño a dos, ha doblado su resultado, pero decir que ha ganado es pura extravagancia. Podemos, el farolillo rojo, ha mejorado mucho, de la casi nada ha pasado a ser algo, pero muy poco para un partido que presume de representar a la mayoría de los ciudadanos y, en especial, a los menos favorecidos (¿por qué no «más perjudicados», pues esa expresión sugiere que todos los españoles somos favorecidos, unos más y otros menos?).
Intentemos un breve ensayo de análisis apartidista, aunque ya ha sido esbozado en el párrafo anterior. Las elecciones las ha ganado el PP y solo el PP. Negar esto es como negar la existencia del Sol. Se ha acercado a la mitad de los votos y escaños. Es cierto que para los trileros del parlamentarismo no gana quien gana, sino quien alcanza el poder. De manera que, si un derrotado alcanza apoyos suficientes, aunque sea al precio de corromperse políticamente, ha ganado las elecciones. No se trata de respetar la voluntad popular, sino de poder y puro poder. Lo anterior no niega la validez de las coaliciones electorales, siempre que respeten los principios de decencia democrática, cosa que no sucede en el actual Gobierno de España. En contra de lo que han dicho los portavoces del PSOE, que no su silente secretario general, estas elecciones sí han servido para mucho. Para un demócrata las elecciones siempre sirven, aunque todo quede igual. Pero, además, en Extremadura no ha quedado todo igual. El PP no ha padecido el menor desgaste y el PSOE ha sufrido una hecatombe, la mayor de la historia de Extremadura, y el candidato era el de Sánchez y, al parecer, el benefactor de su hermano. Ha dimitido y la vida exangüe del sanchismo sigue. Vox y Podemos mejoran, pero pierden. Su alegría debería ser muy moderada, si es que no aspiran a ser perdedores perpetuos.
Entrando en el terreno de las expectativas, pienso que debe gobernar el PP, en coalición con Vox o, preferentemente, en solitario. Es lo más democrático, quizá lo único, y lo más favorable para el desalojo de la Moncloa. Las exigencias deben ser, en consecuencia, proporcionales al resultado electoral. No puede ser un Gobierno de coalición entre iguales, ni, menos aún, un programa impuesto por Vox. Debe guardarse la proporcionalidad que han dictado las urnas. El tercer partido no puede dirigir la política extremeña.
¿Estamos ante el principio del fin, ante un año nuevo y ante un ciclo político nuevo? Es muy dudoso. La descomposición del Gobierno es evidente. La actitud de Sánchez ante la derrota revela como pocas cosas su altura política y humana. Ni ha comparecido ni ha valorado los resultados, ni ante la ciudadanía, ni ante su partido. Le gusta más saltar en el balcón de Ferraz, aunque sea la segunda fuerza política. Abandona a «su» candidato dimitido y se va dos semanas de vacaciones. El césar no paga perdedores, aunque el verdadero perdedor es él. Parece que apunta una tibia disidencia interna. Es lo mínimo. Me temo que el resistente intentará resistir para llegar a 2027 (o más). Pero acaso ignore que la resistencia solo es virtud cuando se resiste al mal. Hitler resistió bastante. Aclaro: no estoy comparando a los dos «estadistas». Solo digo que resistir al bien y a la razón no es virtud, sino vicio. Confiemos en que Aragón, Castilla y León y Andalucía confirmen la tendencia y lleguemos a 2027 con otro Gobierno. Por lo demás, la política, incluso en sus peores momentos, nunca es lo decisivo para alcanzar la felicidad. Feliz 2026.