Los nostálgicos se olvidan que después del ‘Mayo del 68’ vino el mes de junio, en el que se celebraron unas elecciones convocadas por el general De Gaulle y en las que el gaullismo arrasó, mientras los partidos de izquierda se hundieron. Después de las utopías suele venir la realidad con las rebajas.
La salida a la calle de miles de ciudadanos, en su mayoría jóvenes, que muestran su insatisfacción con el funcionamiento del sistema democrático español está protagonizando la última semana de la campaña electoral. Un movimiento social importante, no controlado por los aparatos de los partidos, ha irrumpido en escena de manera imprevista dejando descolocada a la clase política.
La aparición de un movimiento fuerte de protesta no debería sorprendernos vistos los efectos dramáticos que está teniendo la crisis económica en España. Lo curioso es que no haya estallado antes y que con casi cinco millones de parados se siga manteniendo una estimable paz social. Sin embargo, los protagonistas de la protesta no han sido los parados, los trabajadores con el empleo amenazado, las organizaciones sindicales o los partidos de izquierda cuya capacidad de movilización es limitada. Han sido los jóvenes que se enfrentan a la falta de expectativas de futuro, que no encuentran un trabajo estable pese a que en muchos casos tienen una notable preparación. Son jóvenes que, además, llevan a su extremo la crítica a un sistema de partidos políticos que no es capaz de sintonizar con las inquietudes de una parte de la población. El carácter genérico de las reclamaciones garantiza una amplia adhesión: habrá que ver qué pasa cuando lleguen a la letra pequeña.
La existencia de internet que proporciona medios de comunicación alternativos y dota a los ciudadanos de capacidades de agitación y movilización que antes no existían y el mimetismo con lo ocurrido en los países árabes han sido factores que han provocado la salida a la calle de los que han sido bautizados como «indignados». Se les ha calificado también de «antisistema» pero más que destruir el sistema lo que se aprecia son ganas de que conseguir hacerse un hueco en él.
Al éxito de esta movilización se han pegado teóricos de la revolución que quieren ver en la protesta el primer paso para la destrucción del orden vigente. Ha aparecido también una gran cantidad de análisis que buscan explicaciones de lo que está ocurriendo. En muchos de esos analistas se aprecia la nostalgia de Mayo del 68. Quieren ver en las movilizaciones de esta semana un revival del mítico mayo francés y buscan paralelismos en la espontaneidad de las movilizaciones, el ingenio de los eslóganes, la falta de jerarquías, la autoorganización de los que protestan, el carácter asambleario del movimiento o los ecos de la vieja autonomía de los sesenta. Se evocan con emoción frases dadaístas del París del 68 como la que decía que «debajo de los adoquines está la playa». Pero debajo de los adoquines de la Puerta del Sol sólo está el metro, un metro funcional y eficiente, pero sin una pizca de poesía.
Los nostálgicos se olvidan que después del Mayo del 68 vino el mes de junio en el que se celebraron unas elecciones convocadas por el general Charles de Gaulle y en las que el gaullismo arrasó, mientras los partidos de izquierda, el PCF y el socialismo que lideraba Mitterrand, se hundieron. Después de las utopías suele venir la realidad con las rebajas.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 20/5/201