Jesús Rivasés-La Razón
- Su sucesor, cuando sea, heredará un erial, aunque, claro, estará a salvo de la guillotina física –no de otras– que acabó con Luis XVI
Luis XV, rey de Francia (1715-1774), mientras se entretenía con sus amantes, la marquesa de Pompadour y la condesa Du Barry, quizá intuyó el germen revolucionario que crecía en su país. Por eso habría dicho «Después de mí, el diluvio». Heredó de su bisabuelo, Luis XIV, «el rey sol», un Estado endeudado, megalómano y muy injusto y no supo enderezarlo. Tras su muerte, en 1789 llegó la Revolución y en 1793, su nieto y sucesor, Luis XVI, con menos luces aún, acabó en la guillotina. Ahora todo es mucho más rápido, salvo cuando surge, como en Cataluña, un «día de la marmota», aquella película de Harold Ramis, con Bill Murray y Andie MacDowell, en la que un meteorólogo está atrapado en un bucle que le hace vivir y repetir una y otra vez el mismo día.
Pedro Sánchez, en la Moncloa, quizá vive entre el «después de mí, el diluvio» y el «día de la marmota». Iván Redondo, el ex-protoasesor, que cree que el PSOE puede volver a ganar y gobernar, concebía la política de semana en semana. Mas allá hay –o había– pocos recuerdos en los votantes. El presidente, al margen de lo que piense su clientela, ha acortado los plazos y vive el día a día, quizá el hoy y el mañana, poco más. Hoy tiene la baza de que Bruselas acepta topar el precio del gas durante un año, es decir hasta poco antes de las próximas elecciones. El Gobierno lo vive como una gran victoria. Sin duda, abaratará los precios eléctricos y aliviará a muchos, aunque quizá no tanto como la gente desea. No obstante, las rebajas de hoy serán subidas mañana o pasado mañana. Un embolado que tendrá que hacer frente este Gobierno o el que le suceda, que será acusado de todo por la oposición del momento.
El inquilino de la Moncloa, también confía que la rebaja del gas –y cualquier otra cosa que ocurra– rebaje el souflé del asunto Pegasus, mientras deshoja la margarita de cuando le conviene más entregar la cabeza de Paz Esteban, directora del CNI, a los «indepes» catalanes y, sobre todo, si será suficiente. Los expertos y los dirigentes mundiales lo tienen claro: «Un país serio, espía». Menos claro está que admita ser espiado. Aragonés, Junqueras, Rufián y demás «indepes» ya ven la independencia como algo de otra generación, pero mientras tanto aprovechan todo para obtener siempre algo más, instalados en un casi eterno y pedigüeño «día de la marmota». Sánchez, mientras, día a día, ahora el gas, mañana la jefa del CNI, pasado, ¿quien sabe? Y «después de mí, el diluvio». Su sucesor, cuando sea, heredará un erial, aunque, claro, estará a salvo de la guillotina física –no de otras– que acabó con Luis XVI.