Ignacio Camacho-ABC

  • Cuando el sanchismo caiga, sus herederos reclamarán que el relevo se comporte con más decencia institucional que ellos

Cuando Sánchez caiga, cosa que acabará ocurriendo aunque sólo sea por la inercia de la gravedad política, su sucesor o sucesora tendrá en sus manos todo el arsenal autoritario, de derecho o de facto, que el presidente va a dejar como legado. Podrá, por ejemplo, nombrar magistrados del Tribunal Constitucional a sus ministros o colaboradores más cercanos. Podrá acosar a sus rivales desde la Fiscalía del Estado. Podrá indultar o incluso amnistiar a convictos de cualquier delito, redactar leyes a medida de sus amigos y aliados, crear un conglomerado mediático de obediencia sincronizada o entregar la televisión pública a sus partidarios. Podrá modificar por mayoría el poder judicial, enchufar a su hermano y montar a su pareja un despacho en la Moncloa para atender sus negocios privados. Podrá desplazarse a cualquier acto particular en Falcon, desdecirse de sus compromisos y mentir sin el más mínimo reparo. Y si los socialistas intentan reprochárselo tendrán que escuchar que fueron ellos quienes fabricaron ese marco con la madera arrancada de los mecanismos de contrapeso democrático.

Es evidente que el jefe del Gobierno fantasea con perpetuarse. Al menos hasta 2030, para igualar o superar los trece años del mandato de Felipe González. Su proyecto es la anulación de la alternancia mediante la construcción de un bloque estable de alianzas con la extrema izquierda y los separatistas vascos y catalanes. Pero por mucho que su perfil narcisista alimente el sueño autocrático del personaje, el vuelco se producirá más pronto o más tarde porque llegará un momento, quizá antes de lo que imagina, en que el ‘muro’ que ha levantado para blindar su impunidad y la de sus familiares se resquebraje por el peso de su propio desgaste. Y él mismo lo sabe y sólo trata de retrasar ese inevitable trance mediante una desesperada fuga hacia adelante en la que parece dispuesto a arrasar los últimos restos de las garantías constitucionales.

Lo que quedará entonces será un partido desarticulado, deshecho, sin estructura orgánica para atravesar el desierto que espera al otro lado de un poder que ahora cree eterno. Y enfrente, una derecha pertrechada con las herramientas iliberales que el Ejecutivo actual está construyendo para obstaculizar el relevo sin tener en cuenta que en el futuro pueden ser utilizadas contra sus herederos. Claro que se supone que la alternativa será lo bastante responsable como para renunciar a la revancha y reconstruir los estragos institucionales de este tiempo, pero nadie sabe hasta qué punto querrá hacerlo y la oposición carecerá de legitimidad y de respeto para reclamarle ese esfuerzo. Será divertido ver a los sanchistas, o a los postsanchistas, pedir la vuelta al consenso y suspirar por la derogación del sanchismo en su fuero interno. Es decir, alimentar la poética esperanza de que sus adversarios sean más decentes que ellos.