- Para barrer la corrupción sanchista, es preciso un básico acuerdo. Ese acuerdo que, hasta hoy, PP y Vox han sido incapaces de soldar de modo estable. Tal es hoy el punto crítico. No la muerte política de Sánchez: ese cadáver
No, el enigma no es si Sánchez caerá. Caerá. Solo un golpe de Estado podría evitarlo. Y un golpe de Estado, hoy, queda excluido materialmente en el contexto político y militar de la Unión Europea. Sánchez caerá. Queda por fijar la fecha: como muy tarde, 2027. Queda por fijar el estado material y moral en el que quedará el país, tras esos años en los que una banda mafiosa ha robado todo lo robable. Queda por saber si, de Moncloa, pasará el presidente sin transición a la cárcel. Y, con él, todo su círculo.
Hay, sin embargo, otra pregunta de mayor envite. La que hoy necesitamos plantearnos. Por más que nos desagrade. O nos alarme.
¿Qué va a pasar al día siguiente de la derrota electoral de Pedro Sánchez? Porque todo parece girar en torno a la misma constante: Sánchez habrá desmigajado el respaldo electoral de su partido. El PSOE no desaparecerá, por supuesto. Pero quedará reducido al muro de sus incondicionales: un anacrónico residuo que tan solo vive de capitalizar las retóricas de un antifranquismo que interesa ya a muy pocos. Lo de Extremadura, y lo que se repetirá en las sucesivas elecciones autonómicas, es síntoma de una mutación crítica: la socialdemocracia ha dejado de ser el subsuelo anímico de la sociedad española. Un ciclo, el que se abrió con la transición, se ha cerrado.
Pero, ¿qué es lo que se abre? En el automatismo de las alternancias, uno podría pensar que viene un largo ciclo propicio a las políticas conservadoras. Así va a ser, casi seguro, si nos atenemos al recuento bruto de los votos ciudadanos. Pero, entre la masa numérica de las papeletas y la distribución de escaños en el parlamento, hay una distorsión regulada: la ley electoral. Y esa ley parece ahora asomarnos a un ominoso vértigo.
Los votos de Cataluña y del País Vasco están bonificados. Si valieran lo mismo que los que se emiten en el resto de España, los partidos nacionalistas, en su conjunto, aparecerían como lo que son: grupúsculos extraparlamentarios. Pero los votos de esos grupúsculos seguirán teniendo en el futuro parlamento –en todo parlamento que venga, mientras la ley electoral sea la misma– el peso decisivo que ahora tienen. Para mantener hoy al PSOE de Sánchez: propinándole, eso sí, las descargas eléctricas que sean necesarias cuando esté exigido ponerlo firme en su obediencia. Para mañana bloquear todas y cada una de las primordiales leyes que los conservadores deberían aprobar si es que quieren salir del pantano en el cual naufragó todo.
Y hay un elemento más. El decisivo. El voto conservador está ya irreversiblemente condenado a repartirse entre dos partidos. De entrada, eso queda castigado por nuestro sistema electoral con una pérdida relevante de escaños. Aun así, todo lleva a prever que la suma de ambos partidos disponga de una cómoda mayoría en el parlamento. Pero, para barrer la corrupción sanchista, es preciso un básico acuerdo. Ese acuerdo que, hasta hoy, PP y Vox han sido incapaces de soldar de modo estable. Tal es hoy el punto crítico. No la muerte política de Sánchez: ese cadáver.