Rubén Amón-El Confidencial

Se complica el chantaje de Esquerra y se desvanece la posibilidad de un pacto constitucionalista, pero cualquier hipótesis ubica al líder socialista en Moncloa

El sucesor de Pedro Sánchez en la Moncloa será Pedro Sánchez. No está claro cuándo ni cómo, pero el líder socialista tiene garantizada su eterna interinidad. La primera razón es su propia cualificación adaptativa. Sánchez se mimetiza con el hábitat y lo sabe interpretar bajo el síndrome de Zelig. Se desprende de sus principios con la misma naturalidad que los enfatiza.

El segundo motivo consiste en la unanimidad con que la clase política ha aceptado y trasladado el compromiso de que nunca van a repetirse los comicios. Ha sucedido por tercera vez en Israel, es verdad, pero la eventual convocatoria terminaría beneficiando al propio Sánchez y a Vox, extremos de una polarización que apela al cainismo electoral de los españoles.

La tercera razón estriba en que no existen alternativas verosímiles a la aritmética de Pedro Sánchez. José María Aznar propone derrocarlo con un ardid que comprometería el apoyo del PP —sin Podemos— a cambio de otro candidato socialista, pero la operación subestima la autoestima de Sánchez e implica un sacrificio desproporcionado respecto al ganador de los comicios.

Ha querido Aznar intervenir porque Pablo Casado parece abstraído en la propia indefinición. De hecho, es Núñez Feijóo quien ejerce de líder popular en funciones. Lo demuestra su ubicuidad mediática. Y lo prueba el énfasis pedagógico de la solución constitucionalista. No necesariamente desde la utopía del Gobierno de concentración, pero sí desde una abstención condicionada en favor de Sánchez que despojaría al futuro Gobierno de la pulsión populista y de la pulsión soberanista.

Se trata del mejor escenario ‘patriótico’, pero llama la atención que Pablo Casado pretenda provocarlo inmolando a… Ciudadanos. La abstención de los naranjas evitaría el chantaje de Esquerra. Y tanto permitiría al PP jactarse del no durante la legislatura como evitaría el peligro de ceder la oposición a Vox, cuyo discurso emocional requiere abjurar del sistema partitocrático.

España necesita un pacto responsable. La única manera de conseguirlo involucra a la responsabilidad del PSOE y del PP, pero las distancias de Casado son tan elocuentes como el camino temerario que ha emprendido Sánchez. No ya por el abrazo kamikaze de Iglesias y por el ejercicio de hipnosis a la militancia —»cuando cuente tres, os despertaréis»—, sino porque se ha propuesto mirar a los ojos a la Medusa de Junqueras.

Enternece la indignación con que algunos prebostes del PSOE interpretan la factura del soborno independentista. Les irrita que ERC sea ERC. Y que los militantes se hayan mistificado con la doctrina de la dirigencia respecto al ‘conflicto’, la negociación bilateral, la amnistía y el referéndum de autodeterminación. Fue Esquerra el partido que reventó la última legislatura de Sánchez. El rechazo a los Presupuestos predispuso el colapso electoral. Nada tiene de extraño que Aragonès exija contrapartidas hiperbólicas. No solo porque ERC necesita vengar la sentencia del Supremo, sino porque la contienda política de Cataluña requiere masificar las exigencias a Madrid. De otro modo, Puigdemont, Torra y la CUP les restregarían la docilidad hacia los opresores y los carceleros. Los evacuarían de la pureza supremacista.

El espectáculo es inquietante, porque la mejor solución —la salida constitucionalista— es la menos probable y porque la peor solución —el tripartito— pone a prueba la dignidad de Sánchez y la honra del PSOE, aunque todas las hipótesis verosímiles amparan la inmortalidad del líder socialista en la perenne provisionalidad. De cualquier manera, a cualquier precio y por el tiempo que haga falta, Pedro Sánchez es el sucesor de Pedro Sánchez en la Moncloa.