- Por enésima vez en mi vida me dispongo a asistir a un espectáculo de alipori: otra exhibición de la asombrosa falta de sensibilidad para los cambios que aqueja a los creadores de opinión pública
A partir de la victoria arrolladora de Trump nada será igual. Por enésima vez en mi vida me dispongo a asistir —no hay modo de evitarlo— a un espectáculo de alipori: otra exhibición de la asombrosa falta de sensibilidad para los cambios que aqueja a los creadores de opinión pública. Incluyo a los grandes medios convencionales y a dos tipos de firmas: las que se tienen por más influyentes y las que adoptan las formas y el enfoque académicos y despliegan estadísticas que dan por irrefutables, extendiendo implícitamente la irrefutabilidad a sus personales conclusiones. Tal sistema cerrado es la crème de una burbuja mediática que, de manera sistemática, ve sus análisis negados por los hechos y que, pasado un período de tiempo imperdonable, acaba manejándose con la misma suficiencia de siempre, confiados a la corta memoria de los que solo leen periódicos o, en el mejor de los casos, leen periódicos más algunos libros que contribuyen a su sesgo de confirmación. Tengo malas noticias para ellos. Procedo:
Primera: ya no crean opinión pública. El incremento vertiginoso de la complejidad social los ha destronado. Después de tragarse una por una todas las premisas envenenadas del wokismo, después de autocensurarse de modo que su continuidad profesional cerca del establishment no peligre, después de amoldar su lenguaje a una operación de ingeniería social totalizante sin precedentes (que ha facilitado políticas disgregadoras con consecuencias especialmente perniciosas para la gran clase media), se ven destronados. No porque lleguen otros a sustituirles en la creación de la opinión pública, sino porque los otros (su infierno) han acabado con el monopolio de la verdad supuesta y oficial. Y falsa, en tanto que mudable a toque de silbato: un día llevar mascarilla es cosa de conspiranoicos y al otro día los conspiranoicos son los que no la llevan; un día informan de que un parking es un cementerio y al otro borran su historial y acusan de desinformar al que dijo lo mismo sin pertenecer a su bloque granítico.
Segunda: no todos nos chupamos el dedo en materia estadística, terreno de la mentira por excelencia. Una de mis experiencias de aprendizaje más memorables, cuando cursaba mi MBA, fue la demostración empírica de que no podríamos hallar en la prensa un gráfico que no mintiera. Quien desee conocer las trampas más habituales, lea How to Lie with Statistics, de Durrell Huff. Escrito hace ahora setenta años, sigue vigente, como la verdad y la mentira, la honradez intelectual y el engaño. Por cada experto que le manipule en favor del establishment, otro será capaz de poner al primero en evidencia. Ese otro nunca está en los grandes medios convencionales. Pero sí está en las redes o en programas excepcionales de los grandes medios. Programas que, por supuesto, los destronados intentan cancelar. El wokismo no podía ganar sin cancelación y censura. Para imponerse necesita una dictadura, que es lo que está implantándose en el Reino Unido, donde la policía visita a ciudadanos que han opinado lo indebido en una red social.