JON JUARISTI – ABC – 12/06/16
· Juego de tronados (y de espejos): Iglesias refleja (e invierte) a Rodríguez Zapatero.
Salvando las distancias, las protestas que ha levantado Pablo Iglesias en el PSOE al presentarse como socialdemócrata me recuerdan las que provocaban los etarras cuando se definían como «izquierda abertzale». Los abertzales, decían los progres, no pueden ser de izquierdas, y lo ha repetido hace unos días esa lumbrera llamada Pedro Sánchez, sin darse por enterado de que, ya en 1994, los socialistas del País Vasco, encabezados entonces por Ramón Jáuregui, cambiaron de murga e invitaron a Herri Batasuna a integrarse en la Casa Común de la Izquierda, vale decir en el PSOE, por entender que la izquierda abertzale era más de izquierda que abertzale.
Aquí, en España, el primero que tuvo redaños en reclamar para sí el marbete de socialdemócrata fue Dionisio Ridruejo, con su segunda banda juvenil (los Pablo Martí Zaro, Ignacio Sotelo, Miguel SánchezMazas…), pero mucho más con la tercera (la de los Lasuén Sancho, Chueca Goitia, Benet Goitia y otros Goitias). A mí me explicó el proyecto de convertir esa tercera banda en un partido socialdemócrata Antonio García López, su futuro secretario general, una noche de 1970, en un pasillo del expreso MadridSevilla, y me invitó seguidamente a afiliarme, porque, a pesar de tanto Goitia, necesitaban un vasco autóctono, como cualquier partido que se precie de español.
Para la izquierda entonces clandestina, los de Ridruejo eran todos de la CIA. Socialdemócrata fue sinónimo estricto de esbirro imperialista en la jerga progre hasta que Felipe González reivindicó el título en 1979. Desde entonces se puso de moda, como equivalente sobrevenido de antifranquista democrático, una rarísima especie bajo el franquismo que crecería desmesuradamente en los años ochenta. Xabier Arzalluz dijo haberlo sido desde su juventud berlinesa, e incluso Iñaki Esnaola, dirigente de HB, declaró a Hans Magnus Enzensberger que su organización era un partido inspirado en la socialdemocracia sueca.
Uno de los maestros reconocidos por Pablo Iglesias Turrión, el nacionalcomunista Jorge Verstrynge, ha definido al mentor político de sus años mozos, Manuel Fraga Iribarne, como un socialdemócrata bajo camuflaje conservador. De modo que, como poco, el asunto no está ni medio claro, y las aportaciones eruditas de los intérpretes canónicos del felipismo (la apelación al «equilibrio presupuestario escandinavo», por ejemplo) no las entiende ni Pedro Sánchez, que insiste en que él es el auténtico socialdemócrata de la película porque su padre fue socialista y su abuelo también. Así que la socialdemocracia es cuestión de genes. Y este tipo espera todavía ganar las elecciones.
La culpa, no se engañen los socialistas, la han tenido ellos y sus últimos dirigentes, que se han portado como las destrozonas del viejo carnaval madrileño, disfrazándose de no se sabe qué y arreando escobazos frenéticos a todo lo que veían mantenerse en pie a su alrededor. Zapatero pretendió encarnar la socialdemocracia platónica mientras se proclamaba rojo y antiyanqui y convocaba a los fantasmas de la guerra civil.
El resultado fue la insurrección de los resentidos, la marea populista que suscitó el PSOE, el 12 y 13 de marzo de 2004, al lanzar a sus huestes al asalto de las sedes del PP. Masas que se bolchevizarían definitivamente en 2010, cuando, urgido por la crisis, el gobierno socialista se replegó a la ortodoxia del «equilibrio presupuestario». Ahora, la izquierda mayoritaria sigue a unos payasos rojos, antiamericanos a la manera chavista y deseosos de convertir España en un videojuego donde puedan ganar la guerra civil de sus abuelitos.
Y a todo eso Pablo Iglesias, como un Rodríguez Zapatero reversible, lo llama socialdemocracia.
JON JUARISTI – ABC – 12/06/16