LUIS VENTOSO, ABC – 26/09/14
· Nuestra Justicia aplica más entusiasmo a que no se enseñe español e inglés que a parar una sublevación contra el Estado.
La primera lengua, aquella en la que te crías, es un cobijo de afectos y constituye un patrimonio valioso. Pero cuando te toca buscarte las lentejas descubres que si quieres entrar en una compañía potente, a veces con un empleo bien retribuido, esas excéntricas multinacionales no se preocupan de tu nivel de batúa, o de si pronuncias bien la «o» abierta de la fonética gallega, o de si entiendes las maravillosas tonadas de Lluís Llach. Eso les da igual.
Lo que te exigirán en la entrevista de trabajo es que hables inglés como si te hubieses criado en Leicester. Y si no acreditas que serías capaz de chapurrear con Lady Gaga en su idioma, te enseñan la puerta con una afable sonrisa y llaman al siguiente. Si además de no saber inglés eres también incapaz de escribir y hablar correctamente en español, tampoco te ayuda. Pues resulta –vaya por Dios– que Galicia, el País Vasco, Cataluña y Baleares están en la vida real absolutamente imbricadas en España, donde sus empresas operan cotidianamente. Y lo hacen –oh, qué extraño– hablando y enviando correos en castellano.
Un ejemplo foráneo ilustra lo insólito que es nuestro modelo nacionalista: ¿es mejor para un niño estadounidense de Nuevo México estudiar solo en navajo, el ancestral idioma autóctono de los indios, que hablan todavía 170.000 familias; o es preferible que aprenda además inglés y español? Mejor estudiar también el idioma del Estado y otro que sea útil allí. Es de sentido común. Salvo aquí, donde el apriorismo ideológico nacionalista lleva a situaciones tan incoherentes como que los niños de Bilbao se vean obligados a volcarse en el euskera, que solo hablan de verdad en los hogares menos del 6% de los vecinos de la ciudad (13,5% en la comunidad, tras inversiones multimillonarias y un gasto del Gobierno vasco en promoción de más de 200 millones anuales).
El presidente de Baleares decidió poner fin a la inmersión lingüística en catalán-mallorquín. «Inmersión» es un eufemismo: se trata de imponer un idioma a rodillo por motivos ideológicos, violentando la realidad de la calle. Lo hizo Franco en su día, proscribiendo el gallego y el catalán. Ahora, en una pirueta de la historia, el nacionalismo, que tiene un fondo reaccionario, copia al dictador, pero al revés: marginando al español. La solución de Bauzá parece lo razonable: enseñar la lengua local, el castellano y el inglés. Cierto que esas iniciativas hay que dotarlas de fondos. Muchas veces se pretende que de un día para otro el profe de gimnasia se transmute en un nuevo Shakespeare, que hable fluidamente su lengua y pueda impartirla. Pero al margen de esas chapuzas, que hay que corregir, la razón acompaña a Bauzá.
La Justicia ha tumbado de nuevo el proyecto del trilingüismo en Baleares, que escruta con un celo puntilloso. Esta vez se han acogido a un rebuscado defecto de forma, pero todo es pura ideología. Singular España, donde los jueces se desvelan para evitar la tropelía de que se enseñe a los chavales español e inglés, pero sestean encogiéndose de hombros cuando el presidente de Cataluña, representante del Estado allí, proclama que quiere mutilarlo con un golpe civil declarado.
LUIS VENTOSO, ABC – 26/09/14