ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN
Chaves y Griñán no son Robin Hood y Little John, sino dos altísimos dirigentes socialistas expertos en comprar votos
LOS pocos socialistas que se han atrevido a pronunciarse sobre la sentencia de los ERE coinciden en aferrarse a una misma línea defensiva: los condenados son gente honrada porque no se quedaron con un solo euro. «No se lo llevaron a casa», arguyen. Como si apropiarse del dinero del contribuyente para comprar votos fuese perfectamente aceptable, siempre que esos votos vayan al Partido Socialista, por supuesto. Cuando es otra formación la beneficiaria de un desvío de fondos destinados a un fin distinto que su lucro político, entonces las mismas voces ponen el grito en el cielo y no dudan en calificarla de «partido corrupto». Porque las únicas siglas legitimadas para emplear nuestro dinero como les plazca son las del PSOE. Para eso son los buenos, los solidarios, los progresistas, etc. Cuando ellos se saltan la legislación vigente y los controles administrativos lo hacen pensando en un bien superior que escapó a la mente del legislador. Cuando es el PP quien incurre en la misma conducta, exigen la dimisión de su líder y le montan un moción de censura para asegurarse de que no eluda su responsabilidad. Ellos se rigen por la ley del embudo: la ancho para ellos, lo estrecho para el rival.
La trama de los ERE fraudulentos, creada desde la Junta de Andalucía y mantenida durante nueve años al amparo de sus presidentes, se tragó seiscientos ochenta millones de euros. Ciento doce mil millones de las antiguas pesetas, procedentes de nuestros bolsillos, que se fueron por el sumidero de una gigantesca red clientelar cuya finalidad no era otra que fidelizar el voto a la papeleta de «la PSOE» y alimentar una ficción de paz social basada en las subvenciones a fondo perdido generadoras de dependencia: «¿Quieres comer, aunque sea sin dar golpe? Ya sabes a quién tienes que votar…». Por ese gigantesco escándalo de corrupción sistémica han sido condenados Manuel Chaves y José Antonio Griñán, que no son la versión andaluza de Robin Hood y Little John, sino dos altísimos representantes del Partido Socialista Obrero Español expertos en el arte de perpetuarse en el poder por el procedimiento de retribuir en metálico y con cargo a los presupuestos la lealtad inquebrantable a sus siglas.
En lo que a mí respecta, me da exactamente igual que me roben el dinero para una cosa que para otra. En qué se lo gaste el ladrón me resulta indiferente. Y considero que la compra de una poltrona es un fin tan ilícito como la de una mansión en las Bahamas. Lo que a mí me molesta profundamente es ser víctima de un expolio continuado del fruto de mi trabajo, vía impuestos confiscatorios, para acabar descubriendo que una buena parte de ese dinero no está donde debería estar ni existe esperanza alguna de ir a recuperarlo. Me subleva que me tomen por idiota y pretendan convencerme de que la corrupción es o no es corrupción en función de que beneficie a la derecha o a la izquierda. Me repugna el doble rasero aplicado a una misma práctica, siempre condenable, consistente en confundir el interés común con el particular, ya sea éste personal o partidista. Y me asquea la incoherencia y la cobardía de dos individuos llamados Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, que se escandalizaban ante la podredumbre ajena y ahora se hacen los locos cuando la Justicia destapa su monumental olla podrida, infinitamente más costosa para las víctimas del atraco, por cierto. Nunca mejor dicho en referencia a su celebrado pacto, «progresista» es a «progreso» lo que «carterista» a «cartera».