Guillermo Dupuy, LIBERTAD DIGITAL, 29/5/12
El ministro no tendría necesidad de subrayar lo obvio si buena parte de la clase política de este país no hubiera maquillado previamente los chantajistas comunicados terroristas de ETA hasta el extremo de calificarlos de «buena noticia».
El hecho de que los dos etarras detenidos este domingo en Francia fuesen armados y estuviesen llevando a cabo labores de captación de nuevos miembros para la banda, es perfectamente comprensible para todos aquellos que tenemos presente que ETA es una organización terrorista que no se ha disuelto, que siempre se ha enorgullecido de su historial criminal y que no menos claramente ha condicionado el «cese definitivo» de la violencia a la consecución de aquellos objetivos políticos por los que ha venido practicando la «lucha armada».
El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, se ha visto, sin embargo, en la necesidad de subrayar el hecho de que los etarras viajaran en un coche robado, con las matrículas dobladas y armados con una pistola y un revolver, apostillando que «eso no lo hace gente normal». Claro que no; como que los etarras no son «gente normal», sino terroristas.
Como doy por descontado que, con estas declaraciones, Fernández Díaz no está excusando o justificando que la Policía española haya colaborado con la francesa en la detención de estos etarras –eso sería más propio de algún «ejemplar» antecesor–, lo único que puedo hacer –además de felicitarle por estas detenciones– es decir que el ministro no tendría necesidad de subrayar lo obvio si buena parte de la clase política de este país no hubiera maquillado previamente los chantajistas comunicados de la ETA hasta el extremo de calificarlos de «buena noticia», tal y como el propio ministro del Interior y el actual presidente del Gobierno hicieron en su día.
También me permito advertir al señor ministro que, por encomiable y plausibles que sean estas detenciones, su poder disuasorio, respecto a los etarras que aun quedan por detener o respecto de quienes estén pesando ingresar en la banda, queda, desgraciadamente, enormemente reducido, si los apresamientos no van acompañados de un cumplimiento cierto y efectivo de la pena.
No es la primera vez que se descabeza el aparato militar de ETA ni será la última. Y no será tampoco la primera vez que los gobernantes destejen lo que la Policia teje con sus detenciones. Y es que, mientras los terroristas o candidatos a serlo conserven la esperanza de tener de alguna forma en su mano la llave de su excarcelación y de que lograrán, más tarde o temprano, no sólo beneficios penitenciarios, sino también políticos, no faltarán quien les sustituya, tal y como reiteradamente ha pasado en el pasado. La vía Nanclares y, en general, la apuesta del Gobierno por la reinserción y los beneficios penitenciarios, en detrimiento del olvidado compromiso por el cumplimiento íntegro de la pena, está debilitando ese poder disuasorio de las detenciones. Es más: los terroristas –con más razón que sin ella– pueden interpretar esa nueva política del PP, por muy individualizada que se quiera, como una forma de atender de manera disimulada sus reclamaciones de una «solución escalonada para los presos«, opción a la que ETA, a través de Batasuna, ya ha dado su público visto bueno.
A eso le debemos sumar el hecho de que, para acabar con la cantera de ETA, es esencial no sólo las detenciones de miembros de su «aparato militar», sino también proscribir esas subvencionadas terminales políticas que le sirven de altavoz y propaganda, además de su deslegitimación en todos los ámbitos. Son precisamente estas terminales políticas, además de los propios pistoleros, los que no se cansan de repetirnos que no les basta con los beneficios penitenciarios ni con la derogación de facto de la ley de partidos. Y es ese renovado clima de esperanza de impunidad y de victoria política que está viviendo la mal llamada «izquierda abertzale» el que nos debe llevar a pensar que la violencia puede volver a estallar si no consiguen todo lo que nos han exigido con comunicados de paz y a punta de pistola.
Guillermo Dupuy, LIBERTAD DIGITAL, 29/5/12